El silencio. Apelaba a él hace dos o tres meses David Cameron en un mitin en Perth con motivo de la campaña del “No” en Escocia. Y lo hacía también hace un par de días Gordon Brown en el mejor discurso sobre la unidad del país que se ha visto en este tiempo. Ambos hablaban a la mayoría silenciosa que no quería dejar el Reino Unido frente a los vociferantes partidarios del “sí”. Estos últimos hacen más ruido, como sucede en Cataluña, pero los otros también tienen derecho a decidir. No en vano, ellos son los que han dado, si no la victoria, sí la diferencia de puntos entre el “sí” y el “no”. La mayoría silenciosa que analiza pero no pierde el tiempo lanzando consignas ni discutiendo en vano. Una mayoría, además, que a la vista de los sondeos tampoco quería pronunciarse abiertamente por lo que ayer mismo denunciaban algunos, la presión de los nacionalistas.
Cuando pienso en Cataluña me preocupa esa mayoría silenciosa. No porque puedan dar el vuelco a una tendencia que parece imparable y alocada sino porque se sientan ajenos en su propia tierra. Decía Gordon Brown algo muy significativo en su discurso, que empezaba con un canto al orgullo de ser escocés. Presumía de Adam Smith, de la Ilustración escocesa y de los soldados enterrados en cementerios europeos junto a ingleses, galeses o irlandeses sin preguntarse de dónde eran porque compartían una causa común. Después de eso recordaba los logros de la unidad: un buen servicio de salud en Reino Unido, las leyes económicas o el Estado del Bienestar y terminaba diciendo que no eran “logros obtenidos a pesar de la Unión, sino a causa de la Unión”. Así, su orgullo “patrio” no se oponía a su orgullo como Estado, en unión de las otras que componen “las cuatro naciones”.
Esa mayoría silenciosa compartía la convicción expresada por el exprimer ministro. También se echa en falta ese orgullo en las palabras que muchas veces se vierten desde y sobre Cataluña. Cataluña, con el resto de España, ha conseguido grandes logros. El éxito de los Juegos Olímpicos, sin ir más lejos, fue obra de Cataluña, pero en España. Del mismo modo, el Modernismo fue una enorme aportación de España a la historia del arte gracias a Cataluña y genios como Gaudí. Como decía Brown, no son logros obtenidos a pesar de la unión sino gracias a ella. Esa clave se echa en falta en el discurso de ambas partes. Ni se puede presentar la historia como una pérdida absoluta por culpa de España sin atentar a la razón ni se puede mantener un rechazo a Cataluña por necesitar constantemente un baño de autoestima. La mayoría silenciosa que sufre esa virulencia agria en la esfera pública es la clave, quizás, de lo que suceda tras la aprobación ayer de una ley paradójicamente ilegal. Que no puedan expresar libremente lo que piensan es la mejor señal de que el modelo escocés no está tan cerca del Principado.