No los defenderé. No defenderé nunca que una persona resuelva a pedradas una discusión, una discrepancia y hasta una denuncia. Tenga o no razón. La piedra acaba con cualquier autoridad moral. Por eso, no voy a defender a ningún animalista que use la violencia para criticar las prácticas salvajes contra los animales. Ni son válidas contra ellos ni tampoco contra un semejante. Entiendo que la sangre hierve cuando se ve de frente a un energúmeno blandiendo, como todo argumento para defender su salvajada, un “¡hijos de…!”, pero la respuesta es la resistencia pacífica, no el empitonar al cafre.
Lo llamativo es que 2014 parece marcar un punto de inflexión en la protesta contra los espectáculos que usan animales y les dañan y matan para solaz del populacho. La repercusión mediática es este año un punto más alta que en convocatorias anteriores. Lástima que sea por el conflicto, la violencia y la riña a garrotazos, no por un debate sereno, profundo y civilizado. La pedrada enroca al taurino y envalentona al antitaurino. Y, así, la situación no mejora. Lo malo es que siempre queda la duda: ¿habría tenido algún eco una protesta silenciosa y respetuosa a las puertas de una plaza de toros? El mismo que ha tenido siempre que se ha celebrado una iniciativa de ese tipo, que han sido muchas. Ninguno.
Pero la ineficacia del silencio y el pacifismo no justifica la violencia ni la protesta ilegal, como tampoco la tradición dignifica una fiesta salvaje, irracional e impropia de una civilización avanzada y de una sociedad sensible. Lo de Algemesí no es becerrada, es una burrada. Es ensañarse con crías, algunas de menos de un año, que desautorizan el argumento taurino de la nobleza y la fuerza del toro bravo. En jugar a dañar y matar a un becerro sin ninguna belleza ni control ni conocimiento lo que desautoriza las artes y habilidades del torero y la tauromaquia. Es enseñar a las nuevas generaciones que puede ser divertido causar daño a un animal indefenso, lo que vulnera no solo el sentido común sino el espíritu de cualquier ley de protección de la infancia y de bienestar animal. Incluida la de la Generalitat Valenciana. Pero Algemesí no está sola. También está el Toro de la Vega, el Toro de Coria, el apedreamiento de Judas, los bous embolats, el toro de Medinaceli o los gansos de Carpio del Tajo. España es así de primitiva. Y así de vergonzante. No se trata de batallar a pedradas en cada una de esas plazas sino de exigir, con firmeza, una reflexión colectiva y, a las autoridades, una política propia del siglo XXI. Y, mientras, a vivir con la vergüenza de pertenecer a esta raza y de decirlo en voz alta. Aunque lluevan las banderillas. Duelen menos que ver sufrir a otro ser vivo solo porque algunos no conocen otra forma de divertirse y porque los políticos son unos cobardes. Como si los animalistas no votáramos.