La historia que ayer contó Pujol en el Parlament tiene su lógica interna. Supongo que es la que uno se va fabricando para que todas las piezas encajen en su cabeza y poder, así, autojustificarse cuando el hecho no tiene justificación posible. Es admisible, como dijo el expresident, que en los tiempos convulsos de la Transición, su padre le diera un dinero “por si os tenéis que ir tu mujer y tus hijos de España”. Según eso, fue el miedo, pues, lo que le impulsó a sacar dinero fuera como, por otra parte, habrán hecho miles de ciudadanos en este país o donde han pasado por etapas complicadas. Ni habrán sido los primeros ni serán los últimos. El problema de ese argumento es que tiene fecha de caducidad. Es comprensible para los años 60 o los 70 pero no en 2014. Treinta años después de superar incluso la última “meta volante” del proceso democratizador, el golpe de Tejero del 23-F, no puede apelarse al miedo para mantener oculto un dinero “de reserva”. ¿Qué temor podía tener Pujol una vez alcanzada la autonomía, la presidencia de la Generalitat, la consolidación de los Pujol al frente de todos los resortes de poder en Cataluña e incluso un sistema creado en torno a su propia protección, como se pudo ver ayer mismo en el Parlament? ¿De qué miedo habla cuando nadie le va a expulsar de su “país”, antes bien, éste está conducido por su “cachorro” para expulsar todo lo español de él?
No se sostiene ni ese razonamiento ni el otro vinculado que aún resulta más inconveniente. El que habla de que su prioridad era “hacer país”. Aunque algunos hayan querido plantear un caso global de corrupción, y quizás no les falte razón, el “asunto Pujol” es, en principio, un delito fiscal. Es la ocultación de un dinero que tenía que tributar en España. Y en Cataluña. Tant se val. Pobre forma de construir un país ésa que le hurta los recursos que le corresponden. Ahí es donde se desmorona todo el discurso de “padre de la patria” que desplegó ayer Pujol. La apelación al sacrificio personal y a la entrega a la “causa” se diluyen en su negativa, durante décadas, a regularizar ese dinero. Podría entenderse la prevención primera para asegurarse unos recursos, incluso para ponerlos después al servicio de la propia Cataluña si le faltaran para su desarrollo, como quiso hacer ver el interesado. Pero eso, de nuevo, solo se aceptaría en los primeros años. No a estas alturas. La última guinda de su intervención, aparte del tono de gran inquisidor, fue la imagen del árbol y su referencia a que, de haber sido todo corrupto, no se hubiera aguantado. Todo depende de lo muy corrupto que se sea. Si participan de ese podredumbre la Justicia y los medios de comunicación, todo es posible. Nadie ve, ni oye ni sabe. Además, ¿quién dice que no ha resistido? A lo que estamos asistiendo, quizás, es a la constatación de que no se está aguantando.