A medida que vamos conociendo los detalles del sistema de corrupción instalado en el ámbito político y en el económico, me convenzo más de que es importante conocer la vida de quienes nos dirigen. Siempre he sido reacia a hurgar en la privacidad, pero últimamente me preocupa. No en cuanto a relaciones personales, que me siguen importando un bledo excepto cuando tocan lo público, sino en lo que se refiere a las cualidades del personaje. Es decir, averiguar si es lo que los clásicos llamaban un hombre “virtuoso”. O una mujer, por supuesto.
La vida privada normalmente nos da la medida de las cosas sin los focos que distorsionan la visión. Ninguno de nosotros nos comportamos del mismo modo si sabemos que nos enfoca una cámara o si pensamos que no lo hace. Por eso somos más auténticos cuando ésta desaparece. Si un político, por ejemplo, solo se sube a una bici en el “Día sin coches” y después utiliza el oficial hasta para ir al supermercado de la esquina, poco importa la imagen de la bici. Es falsa de toda falsedad. Si, por el contrario, sabemos que un dirigente lleva a sus niños personalmente al colegio andando y luego coge el metro para ir a su despacho, la cosa cambia por completo. Sirvan de ejemplo las fotos de Merkel en el supermercado, algo infrecuente por estos lares. Ella sabe lo que cuesta llenar la cesta de la compra.
Esa curiosidad por las opciones de la vida cotidiana no es morbo ni cotilleo vano. Es un intento por saber de verdad qué valores mueven a las personas. Si les preocupa el medio ambiente y la salud cardiovascular y por eso andan o suben en bici es distinto a si no lo hacen. Este planteamiento es aplicable a quienes han dirigido y dirigen las Cajas de Ahorros. Hace mucho que no confío en la labor social de éstas. No niego que la tengan o la hayan tenido pero, a la vista de los hechos, me fío más de Caritas que de cualquier Caja. La razón es muy sencilla: sé cómo viven quienes gestionan sus recursos. Cuando veo a un párroco permitirse, por todo lujo, un café en el bar después de misa, no tengo reparos en contribuir a la Caritas parroquial. Cuando veo a los dirigentes de Manos Unidas participar en la Cena del hambre e incluso poner de su bolsillo lo que falte sin pensárselo, les doy lo mío sin hacerme más preguntas. Son gentes que sirven a su causa, no se sirven de ella. Que buscan recursos para canalizarlos, no para enriquecerse. Que cobran -algunos- una remuneración menor de lo que merecen. Y los voluntarios, ni eso. Es verdadera Obra Social. Con las Cajas ha pasado lo contrario. Algunos de los que “quemaban” las tarjetas en Caja Madrid dicen ahora que no era ilegal. Tal vez. Pero era algo que quienes creen de verdad en la ayuda social nunca harían. Nunca hacen. No se plantean la legalidad del hecho. Simplemente cuando ven un euro piensan en sus necesitados. Y no se incluyen.