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María José Pou

iPou 3.0

El pueblo de los milagros

Si Yayita hubiera seguido en la perrera, hoy ya no viviría. No hubiera durado ni una semana. Yayita es el nombre de una podenca que recaló, de “acogida”, en casa. Los acogidos no son adoptados sino “okupas” que se reponen o esperan una familia. Yayita llegó hecha un desastre, en los huesos, recién operada y con heridas por ataques de otros perros. Ni nombre tenía y, como era mayor y tan débil, empecé a llamarla “Yayita”. Tenía mal pronóstico porque le habían extirpado unos feos tumores, pero nos empeñamos en que saliera adelante. Nos empeñamos Whisky y yo. Él, para que se fuera de casa, porque no le sentó nada bien su llegada. Y yo, convencida de que iba a vivir conmigo los últimos días, viéndola tan delicada, sin ganas ni de levantarse de su cama. Al principio, pasaba el tiempo hecha un ovillo y muerta de miedo. Pero pronto empezó a comer, a dejarse mimar y a dar paseos cortos cuando hacía sol. Y un día vino corriendo por el jardín y me abrazó feliz. Parecía un milagro. Un milagro labrado a base de comida, descanso en una cama mullida y mucho cariño. Fue capaz, incluso, de chulear a Whisky cuando se sintió mejor. Hoy vive en Francia, junto a dos preciosos galgos en un enorme jardín.

Yayita es un ejemplo de la recuperación que consiguen las protectoras. Una perrera la habría desechado sin pensarlo. Lo mismo que sucedió con Maya, una “gos d’atura” jovencita y atolondrada que encandiló a Whisky desde que llegó. Con ella no había excusa. Ni enferma ni mayor. No llegaba al año. Pero la sacamos de una perrera 48 horas antes de que la sacrificaran. Ahora vive en Roma y hace las delicias de los dos críos de la casa.

Cosas así conseguía Modepran en Paterna y el pueblo podía sentirse orgulloso de que en su término municipal se hiciera tanto bien. Ahora, en cambio, el Ayuntamiento cree hacerle un favor ahorrándole gastos al sustituir la protectora por una perrera. Es más barato matar que mantener con vida, desde luego. Pero solo en términos económicos. Socialmente, es más caro. Un perro mayor puede acompañar a un anciano que jamás podrá jugar con un cachorro. Un perro cojo puede ayudar a un niño con discapacidad a quererse como tal porque él juega con todos sin acordarse de que solo tiene tres patas. Un perro adulto, vapuleado por la vida, puede mirar a los ancianos de una residencia con todo el cariño que añoran de sus hijos y nietos. Y mitigar su ausencia. Sacar a pasear a los perros de una protectora es una iniciativa de voluntariado perfecta para toda la familia a coste cero. El beneficio de estas entidades no se cuenta con dinero. Tampoco el bienestar de un pueblo. Pero eso aún no lo saben en el Ayuntamiento. Esta tarde se lo recordará una manifestación de quienes lo han comprobado mil veces. Para que el nombre de “Paterna” se asocie con la vida. Para que siga siendo “el pueblo de los milagros”.

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animales

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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