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María José Pou

iPou 3.0

Orden, orden

Una de las escenas más habituales en la Cámara de los Comunes londinense es la formación de cierto guirigay cuando un parlamentario dice algo provocador o un miembro del gobierno se defiende con alguna boutade. La sala bulle y los políticos, que están muy cerca unos de otros, enfrentados en dos gradas, se replican o proclaman al aire sus apreciaciones. Incluso jalean las afirmaciones con las que están de acuerdo o el mismo turno de palabra que da el presidente. Por lo general, cualquier sesión suele ir acompañada de cierta incontinencia de sus señorías hasta el punto de que el silencio absoluto solo se “escucha” cuando acude la reina a la apertura de las sesiones parlamentarias.

Por eso no es extraño que, en ocasiones, el permanente rumor crezca y se extralimite. Es en ese instante cuando el “speaker”, el presidente, dice su famoso “¡Order, order!”. Esa expresión, probablemente, es uno de los elementos más característicos de la “banda sonora” de la política inglesa. Y, con frecuencia, ha de imponerse con un tono de voz elevado por encima del jolgorio general. Como un profesor que intenta hacerse escuchar en una clase de críos. Ahora bien, difícilmente puede contemplarse el Palacio de Westminster, sede del Parlamento británico, como un patio de colegio. Su larga trayectoria, las “good manners” de la educación en Albión, la flema, el humor y hasta la ausencia de emotividad latina en sus venas puede que sean causas de esa contención en el tumulto propia del contexto inglés, pero lo cierto es que no se ven panes ni naranjas ni camisetas. “Solo” la palabra. Nada más y nada menos que la palabra. Más o menos alterada, pero ella, sin artificios. Y cuando ésta calienta demasiado las fauces de algún político, llegará el “speaker” para poner orden, orden.

Por eso, cuando comparo las sesiones a la sombra del Big Ben y las del Palau de Benicarló veo un abismo mucho mayor que el Canal de la Mancha y no me extraña que Font de Mora lo vea más profundo aún. No se trata de ponernos ahora pelucón y capa roja ni adoptar un modo envarado de hablar que en nada se parece a nuestra forma de ser. Es más bien un aprendizaje el que nos falta, quizás de siglos, y que basa su confianza en el debate. De todo se puede hablar y sobre todo se puede preguntar. No es un sistema perfecto pero demuestra que lo sagrado no es el parlamentario sino el parlamentarismo. No se endiosan, pero veneran el diálogo como forma de relación. Aquí, en cambio, se sacraliza al dirigente y se le protege con una mampara de silencio. La pregunta ofende y la crítica parece impropia. La discrepancia que se manifiesta en voz alta rompe la atmósfera del templo y sus letanías personalistas. Se venera al político, no a la democracia, y se desprecia la palabra. Si para reivindicarlas, Font de Mora ha de poner orden, orden, bienvenido sea el nuevo “speaker”.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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