Los políticos valencianos en general y los del PP en particular sufren el conocido “síndrome de la silla” que se resume en la frase “el que se fue a Sevilla, perdió su silla”. Después de lo sucedido con Camps, es normal que se resistan con uñas y dientes a dejar su puesto por un quítame allá esas imputaciones. Entonces parecía muy fácil; todos decían: que no se preocupe; que deje la Generalitat y si resulta inocente, como dice, vuelve triunfante y aquí no ha pasado nada. ¿Nada? Finiquitado para los restos. Después de eso, a ver quién es el guapo que se levanta a jugar cuando suena la música. En su particular versión, los políticos del PPCV hacen el corro con la silla pegada a los cuartos traseros.
Bajo ese síndrome ha estado Sonia Castedo durante meses, hasta el punto de decir que si no fuera inocente no habría resistido el suplicio de que diariamente alguien le preguntara por qué no se iba. Se entiende. La perspectiva de que un ángel con espada le cerraría la puerta del Paraíso una vez fuera, para no abrirla jamás, era desoladora. Tal vez por eso, la voz de Castedo parecía de ultratumba cuando ayer, en el pleno del ayuntamiento, el concejal de IU dijo que era una “muerta viviente” (políticamente hablando, se entiende). En ese momento, Castedo impostó la voz un poco más que de costumbre y le espetó aquello de “la muerta viviente huele mejor que usted”. Fue tal la tensión y tan Marlene Dietrich de Lucentum la forma de decirlo que por un momento temí que la alcaldesa se arrancara por Sara Montiel y le cantara subida a la mesa un “qué mala entraña tienes pa’ mi/ Como pue’s ser así”. Su mirada hubiera hecho las delicias de Paco Plaza para su nueva entrega de Rec y su voz grave requería una música de suspense que dejara a toda la sala con ganas de llegar a casa y esconderse en la caseta del perro. Ni los payasos malasombra de Francia daban tanto miedo.
Es lo que tiene empeñarse en esa impostura de celebración norteamericana que nos ha llenado con personajes vestidos de muertos por doquier. Como si nos pudieran asustar. Por lo que estamos viendo, los vivos y sobre todo los “muy vivos” son más peligrosos que los difuntos. De todos modos, por si acaso, yo he prometido a mis incondicionales aparecerme desde el más allá si alguno osa ver mi funeral por Internet, como ya oferta el cementerio de Valencia. Entiendo la ayuda a quienes están lejos pero también la excusa de quienes se incomodan con funerales a la hora de comer. ¡Qué menos que pasarse un mal ratito entre los nichos y los gatos del camposanto en lugar de despedirme desde el sofá viendo la tele con la cervecita y las papas! Al que lo haga le prometo llanto y crujir de dientes. Me compincharé con otros espectros que hayan sido tunos en su vida terrenal e iremos a rondarle hasta su último día con clavelitos on fire. Que nadie diga que no avisé.