La emoción de la conquista heroica suele recibir los golpes de parte de la realidad más que de un enemigo situado en el mismo plano épico. Quizás es eso lo que piensa Rajoy ante lo sucedido ayer en Cataluña. Ver el tono con el que algunos hablaban de esa “jornada excepcional”, apelando a que muchos habían viajado desde lejos para poder votar; a que otros se abrazaban ilusionados como cuando Barcelona conquistó los Juegos Olímpicos o a que algunos habían querido participar en un hito que llenaría los libros de “historia del país”, daba la medida de ese relato épico. Artur Mas necesita un Virgilio que le escriba la Eneida catalana y entronque al héroe y su patria con los propios dioses, no en vano se presenta como el nuevo Odiseo o el nuevo Eneas capaz de culminar un periplo eterno hasta construir los cimientos de una nueva era; una era diseñada y tutelada por la propia Atenea o el propio Zeus.
Ante eso, la respuesta de los jueces negándose a suprimir las urnas “por ser una medida desproporcionada” es una muestra de sensatez aunque nos parezca inadecuada. Representa la sensatez de no convertir la actuación del Estado en una suerte de episodio final y trágico de la epopeya narrada desde la Generalitat de Cataluña. Es mejor que la burbuja épica quede desinflada con la inanición o bien que explote por efecto de la propia realidad. El 9-N es la fecha mítica que todo nacionalista necesita, como lo es el 11 de septiembre en su caso o el 25 de abril para los de estas tierras. Todo relato nacional requiere su fecha, como las epopeyas requieren sus grandes hitos. O se lucha contra un gran y fiero enemigo o no hay heroísmo que valga.
Para muchos importa poco el carácter de ese día o de esa fecha, aunque sea interesante analizar si se trata de la pérdida de una batalla, que conmemora un fracaso, o una conquista, que subraya el logro de una comunidad. El 9 o el 12 de octubre, de hecho, pertenecen a este segundo tipo por mucho que se quieran desprestigiar. Aún está por ver si el 9-N pasará a la historia como un fracaso o como un avance. En cualquier caso, haber tomado medidas drásticas durante el día de ayer habría hecho oscilar la balanza en un sentido muy claro, reforzando la tragedia propia del relato épico y dotándole de una entidad sobredimensionada. Es mejor dejar que la realidad del 10-N, del 11, del 12 y de todos los demás sitúen la aventura en su sitio. La vida de Cataluña no puede girar, como lo ha hecho en los últimos años, exclusivamente en torno a ese “sueño colectivo”. Ahora bien, tampoco puede ignorarse y, una vez despojados de los mantos heroicos, los representantes del “seny” catalán deben sentarse con la sensatez del gobierno español y hablar del bien de los catalanes, que es lo que de verdad importa. De todos. Incluso de aquellos que no creen en los dioses del Olimpo ni en sus enviados.