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María José Pou

iPou 3.0

El líder y el mesías

Entre el liderazgo y el mesianismo hay un mundo. Sin embargo, en los últimos tiempos parece haberse instalado la sospecha sobre el liderazgo personal cuando se trata de política. Ayer mismo, Cayo Lara justificaba su negativa a participar en las primarias de Izquierda Unida, apelando a su fe en el liderazgo colectivo, no en el individual. En esa misma línea parecía encaminarse Podemos nacido del movimiento 15-M que se estructuraba en asambleas. Así, en el nuevo partido han cambiado todos los nombres como si de esa forma se conjurara el maleficio del poder. Ya no celebrarán congresos sino “asambleas ciudadanas”; no tendrán una ejecutiva sino un “consejo ciudadano”, ni tampoco hablarán del comité de dirección sino del “consejo de coordinación”. Algunos, incluso, eran reacios a hablar de “secretario general” y preferían la denominación utilizada por Pablo Iglesias hasta su reciente elección, que era “principal portavoz”. Todo ello lleva a ver la individualidad como un mal necesario para dar voz al grupo. De hecho, hubo una corriente importante en Podemos a favor de un triunvirato en lugar de una secretaría única como ha terminado por configurarse con el triunfo de Iglesias.

La razón puede ser estratégica frente a los modos autoritarios de regirse en la mayoría de partidos. Es una forma de vender un cambio total en la actuación de las fuerzas políticas. Ya no es el líder quien decide sino que es la base del partido. De esa forma, el mensaje es que aumenta la calidad democrática por lo que termina ofreciéndose una imagen antitética de la democracia y el liderazgo personal.

Sin embargo, ambos conceptos no son opuestos. Se convierten en incompatibles cuando se abusa de la representatividad para beneficio particular, esto es, los elegidos por los ciudadanos creen que su puesto les da permiso para olvidar el bien común. El problema no está en la estructura necesariamente individual para favorecer la toma de decisiones sino en el escaso control ejercido sobre los representantes de las bases. No hay más calidad democrática en un grupo que en un individuo. Solo hay que mirar hacia China o hacia la extinta Unión Soviética para saberlo. Un grupo, convertido en casta aunque sea en nombre del proletariado, puede comportarse como el más terrible de los tiranos, con el problema añadido de distribuir responsabilidades entre un colectivo difuso. El líder no es necesariamente el mesías. Los hay que se comportan como si lo fueran en nombre de cualquier ideología pues existen de todos los colores. Lo que se ha perdido es el sentido de servicio en el liderazgo. Y en la política en su conjunto. Un buen dirigente es capaz incluso de “quemarse” para beneficio de los ciudadanos, por ejemplo, tomando decisiones que le supondrán un coste electoral o personal pero que considera necesarias para mejorar la vida del conjunto.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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