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María José Pou

iPou 3.0

Los bocazas

No voy a decir que me haya sorprendido la destitución del consejero madrileño de Sanidad ni tampoco que me parezca mal. Cuando un responsable público pierde el respeto de los ciudadanos y se encumbra en un pedestal desde el que mira por encima del hombro a sus representados, lo mejor que puede suceder es que sea desautorizado. El consejero de Sanidad había ofendido no solo a Teresa Romero sino a los profesionales dependientes de él y eso es algo que no se debe aceptar en un político. Ni en ningún ámbito de la vida. Lo deseable es que el jefe defienda a sus subordinados en público y los abronque en privado y no al revés. El consejero hizo lo peor que puede hacer un directivo: echar la culpa a su equipo.

Sin embargo, lo preocupante no es su destitución ni la razón que la ha producido. Es cierto que un bocazas envenena el ambiente y tensa las relaciones políticas y, en vísperas de elecciones se convierte en una verdadera bomba de relojería. Las declaraciones o expresiones desafortunadas, como suelen llamarlas los interesados, perjudican la imagen de un partido o de un grupo político. No hay más que ver el improperio de la alcaldesa de San Bartolomé de Béjar en Ávila que gritó “maricones de mierda” a una pareja de homosexuales y que ha sido ahora condenada por la Justicia. Antes de eso, los ciudadanos ya la habían censurado.

Esas salidas de tono permanecen en el tiempo y quedan en la memoria de los votantes pero no son el peligro mayor de un dirigente. Es verdad que resultan muy llamativas y poco adecuadas para ganarse la confianza del electorado pero lo grave de un dirigente es que sea gris, que nunca diga una palabra más alta que otra, que nunca aparezca en los medios porque sea comedido en sus declaraciones pero en el fondo sea un auténtico inútil en su cargo. Esos apenas aparecen y, por tanto, no llaman la atención pero son peligrosísimos. Sin embargo, nuestra vida política está llena de esos. No recordamos al buen gestor ni prestamos atención al malo salvo que se vea implicado en una historia de declaraciones desafortunadas o de reproche altanero de la oposición. Solo en ese caso sabemos que lo hace mal cuando no es de nuestro negociado. Con esa política, son cientos los que no pasarían un mínimo test de competencia para el puesto, pero se mantienen ahí durante años. La forma de sobrevivir, está visto, es no abrir la boca si uno no sabe controlarse. Aunque no tenga ni idea. Eso no está tan mal visto. Eso forma parte del deterioro del propio sistema y, por qué no decirlo, de una oposición más pendiente a veces de la bronca que de las soluciones. Es más rentable en términos electorales. El consejero madrileño había sobrevivido a la “marea blanca” que reprochaba una mala política sanitaria, pero al final se va por decir cosas inapropiadas de la persona equivocada en el momento más inoportuno.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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