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María José Pou

iPou 3.0

Los ángeles de la guarda

Aunque sepamos que están para eso y demos por supuesto su sacrificio, impresiona conocer el nivel de entrega de policías, guardias civiles y militares. “Son gajes del oficio”, decimos cuando sufren un ataque o pierden la vida en acto de servicio, pero eso solo diferencia la permanencia de su compromiso respecto al del resto de los mortales. No disminuye ni su heroicidad ni su dolor ni la tragedia que se vive en una familia cuando ocurre. En eso son iguales que nosotros. En su caso, se sabe que el riesgo es inherente a su trabajo; en el de los héroes anónimos e improvisados, no, pero todos ellos merecen nuestro agradecimiento. Tratándose de ellos, además, la gratitud ha de ser doble por dedicar la vida entera a esa tarea aun conociendo los riesgos.

A menudo contemplamos a las víctimas que pertenecen a las fuerzas de seguridad o al ejército de un modo muy lejano. La sobriedad de sus exequias y la contención de la que suelen hacer gala sus miembros evita que nos encontremos frente a frente con su dolor. Por eso, quizás, me impresionó tanto leer ayer en Facebook las primeras palabras del subinspector de policía herido en el atraco de Vigo donde murió una policía. En su publicación daba las gracias, sobre todo, a su compañera, Vanessa Lage, que dio la vida “velando y luchando por las demás”. La primera, la suya. Inmediatamente, añadía que su salud estaba mejorando pero aclaraba “lo físico va viento en popa, lo psíquico ya veremos”. Y fue ahí donde me di de bruces con la realidad de la tragedia. Por muy preparados que estén para encontrarse en situaciones límite y actuar adecuadamente, el impacto de un hecho como ése en el interior de la persona es brutal. Sus heridas van curando pero las del alma, como él reconocía, son otra cosa. Entonces pensé en todos esos policías, guardias civiles o soldados que superan un tiroteo, un atentado o un bombardeo y vuelven a casa y a su patrulla con la piel intacta pero el interior hecho pedazos. A menudo no pensamos en ello y también damos por hecho que son “gajes del oficio”, pero los que lo sufren son seres humanos cuya vida y la de sus familias pueden verse afectadas desde ese momento por el trance vivido. El estrés postraumático que cualquiera de nosotros experimentaría tras un suceso como ése –el que vivirán quizás los rehenes de la sucursal que presenciaron todo lo ocurrido y fueron amenazados por el asesino de la policía Lage- también les afecta a ellos con el agravante de que deben enfrentarse de nuevo a situaciones de ese tipo o peores aún. Cuando pienso en ellos y en sus sueldos y sus condiciones de trabajo, me parecen baratísimos los chalecos antibalas. Tanto que les he pedido a los Reyes Magos que les traigan uno a cada uno el próximo 6 de enero. Aunque me suban los impuestos para eso. Esa tasa no me duele; la pagaría una y mil veces sin rechistar.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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