>

Blogs

María José Pou

iPou 3.0

Un centenar de Malalas

Si un grupo extremista hubiera entrado en una escuela de Oslo o de París y hubiera matado a más un centenar de niños, hoy no hablaríamos de otra cosa. Ni mañana. Ni pasado mañana. Pero los talibanes escogieron a niños de Peshawar, una ciudad paquistaní que quizás ni siquiera situamos bien en el mapa. Alegaremos que esos niños quedan muy lejos pero no es del todo cierto. Cuando ocurre en Estados Unidos, como en Newtown, donde perecieron 20 niños, la conmoción llega hasta aquí y no por proximidad geográfica precisamente. El problema es que damos por hecho que viven en la violencia. En Occidente, sabemos que los niños no corren riesgos por ir a la escuela. Aquí están protegidos y, salvo casos excepcionales, no es probable que se ponga en peligro su vida. Resulta anómalo que algo tan grave pueda suceder y desde luego es inimaginable el tiro de gracia como causa de muerte infantil.

Sin embargo, cuando miramos hacia Pakistán, Afganistán, Iraq o Siria contemplamos la violencia como parte del paisaje. Incluido –y es terrible- el escenario donde juegan, crecen o sueñan los más pequeños. Por eso no nos escandaliza de la misma forma que lo hace cuando se produce en nuestro entorno. La violencia está presente en la vida de estos países y afecta a todos, niños y mayores. Esa convicción es un doble daño hacia la infancia. No solo es amenazada, intimidada, asustada y condicionada por unos salvajes a los que Alá castigue por toda la eternidad, sino que es olvidada por el resto del mundo solo porque conviven a diario con la violencia. Nos encogemos de hombros como diciendo que ante eso poco podemos hacer. Más grave aún es que el ataque tenga lugar en una escuela. Los asesinos han querido dañar, sobre todo, a sus padres, pues era una escuela de hijos de militares. Sin embargo, dañan también y de un modo especial el futuro de varias generaciones. No solo han acabado con un centenar de críos sino que han señalado con una calavera el lugar del saber y el crecer. Allí donde todo debería ser serenidad para formarse, han introducido la cizaña del mal. Han ido a atacar el futuro, como pretendieron hacer con Malala. Han matado a más de cien Malalas, no en vano ella reconocía ayer tener el corazón destrozado. No es para menos. Se han reído de sus palabras en Oslo durante la entrega del Nobel de la Paz. La jornada es tristísima no solo por las decenas de familias destrozadas y las vidas incipientes cercenadas, sino por el triunfo de unas alimañas que deben ser erradicadas con máxima urgencia y contundencia. Como si de ello dependiera el futuro. Porque así es. Desentenderse de la infancia, esté donde esté, es abdicar de un mundo mejor. Permitir la violencia hacia los niños sin hacer nada, aunque forme parte del paisaje, es indigno. La violencia nunca debería ser una costumbre en la vida de ningún niño. Aunque sea de Pakistán.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


diciembre 2014
MTWTFSS
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031