Lo han vuelto a hacer. Como sucediera ante el asesinato de la presidenta de la diputación de León, de nuevo ha habido quien ha mirado hacia las víctimas y no hacia el atacante. Sí, el Partido Popular fue víctima de un ataque aunque resulte tan políticamente incorrecto recordarlo. Y muchos pudieron serlo con él. Del mismo modo que Isabel Carrasco, por muy mal que se hubiera portado, fue víctima al perder la vida, ayer los dirigentes, militantes y trabajadores de la sede del PP sufrieron un atentado que les convirtió en víctimas, sea como sea su gestión. Ser verdugo –en el caso de que así fuera- no exime de culpa a quien lo convierte en víctima. Quien daña a quien le dañó no tiene cien años de perdón. Salvo que actúe en defensa propia. Y eso no puede decirse en el mundo político donde hay modos y procedimientos establecidos para quitar el presunto verdugo del poder.
Ayer fue Teresa Rodríguez, eurodiputada de Podemos, quien escribió en Twitter que lo importante no eran las consecuencias sino “las causas y los responsables de que la gente llegue a este nivel de desesperación”. Aún está por demostrar que el coche cargado de butano y material explosivo empotrado en la sede del PP fuera obra de un “desesperado” pero aún siendo así, el planteamiento de Rodríguez tiene algo de cierto y algo de engañoso. Es verdad que no debemos dejarnos impresionar por un ataque de todo punto condenable sin preguntarnos en algún momento qué lleva a alguien a cometer una atrocidad o a intentarlo. Es una pregunta que debe estar siempre en nuestro proceso de razonamiento. También cuando una mujer retira una denuncia a su pareja que la maltrata; cuando un joven decide unirse al Ejército Islámico; cuando un político ignora la legalidad o malgasta dinero público o cuando hombres y mujeres se suben a una patera con bebés en brazos sabiendo que pueden morir.
Sin embargo, la reflexión no es incompatible con la condena. Discrepo de la eurodiputada cuando dice que las consecuencias no son importantes. Lo son y mucho. Ayer no hubo daños personales pero en la muerte de Isabel Carrasco, sí. Las consecuencias, además, no acaban aquí. La justificación de un acto delictivo e inmoral es un arma muy peligrosa y no deberíamos dedicarnos a afilarla en la opinión pública. Podemos ponernos en la piel de la madre que mata al violador de su hija pero no por eso aceptar como válida su actuación. Así, podemos sentir el horror de quien no tiene más proyecto que el dolor ajeno porque lo da todo por perdido, pero no obviar su crimen. El acto es condenable, sean cuales sean las motivaciones. La persona es digna de piedad, sean cuales sean sus actos. Si estos nacen de una injusticia, deberá repararse, pero no justificar con ello otra injusticia. De lo contrario estaríamos aceptando que cualquiera pueda ser juez, parte y hasta verdugo en el cadalso.