Ver juntos a Artur Mas y a Íñigo Urkullu no debería sorprendernos a estas alturas. Lo curioso ha sido asistir, durante los últimos meses, al “sorpasso” del presidente catalán al lehendakari. Por menos, se retiró Ibarretxe a su palacio de invierno. Mas, espoleado por Junqueras, ha dejado en nada los planes del Mr. Spock vasco, aunque comparte con él esa vocación de gota malaya que hemos visto en acción hasta el hastío. Así, la reunión de ayer entre los máximos dirigentes de Cataluña y el País Vasco no tenía más interés que una foto para “hablar de mi libro”, esto es, de las exigencias de autonomía de ambas comunidades, como si las hubieran perdido. El objetivo de la cita en Ajuria Enea era pactar una estrategia contra lo que llamaron proceso de “recentralización” por parte del gobierno y, aunque no niego que la duplicidad de recalcitrantes multiplica por n mi cansancio, me interesó esa ubicación, en el centro del debate político, de la llamada “recentralización”. Casi todo acto que se presenta con el prefijo “re” indica que no es nuevo sino una edición más de algo ya sucedido. Reedición, reintroducción, reconstrucción, reeducación son términos que apelan a una segunda vuelta. Se edita de nuevo un libro ya conocido; se introduce en su hábitat natural a un lince ibérico después de nacer en cautividad; se construye sobre las ruinas de lo anterior una zona devastada por la guerra o, incluso, creen los dictadores que se educa de nuevo a un disidente que “solo” necesita otra “visión” de las cosas.
La “recentralización” de la que hablan Urkullu y Mas supone que la etapa actual ha sido precedida por otra de descentralización, ahora recortada. Ciertamente no sabría decir en qué aspectos se ha recortado la autonomía de ambas comunidades aunque, mientras lo escribo, oigo en mi cabeza el sonsonete del derecho a decidir. Ahora bien, si se trata de eso, hay algo equivocado en el enfoque. El derecho a decidir no existía antes, por tanto, no asistimos a una acción deliberada de recoger una red descentralizadora extendida en años anteriores para agarrarla en un solo puño. Otra cosa es que se refieran a cierta corriente que considera un error el proceso autonomista y aboga por repensarlo. Aquí también, con prefijo “re”. El Estado de las Autonomías se pensó en los 70 para culminar en el Título VIII y quizás se debería reformular. La cuestión es que esa revisión debería dejar a un lado la emotividad a la que apelan constantemente los líderes reunidos ayer. De lo contrario será muy difícil debatir sobre la duplicidad de gastos y de estructuras estatales y autonómicas desde la pura racionalidad. Si “recentralización” es adelgazar la estructura del Estado pero también la de las comunidades autónomas, quizás el término adecuado sea “revisar”, “reajustar” gastos e ingresos y sobre todo “redistribuir” con justicia.