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María José Pou

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El miedo de Juan

Creía que a estas alturas los políticos ya habían tomado conciencia de la realidad. Que ya sabían que las cifras macroeconómicas eran una cosa y la vida cotidiana de los españoles, otra. Que las urnas de cristal en las que viven y viajan les impiden tomar el pulso al país para el que trabajan. Y que todo ese problema era muy fácil de solucionar; bastaba con bajar a pie de calle, hablar con la gente, mezclarse entre los trabajadores que van de madrugada en el metro camino del curro y oírles comentar sus sueños en voz alta. Sueños humildes, calderilla para los del coche oficial.

Sin embargo, escuchando ayer a Luis de Guindos me di cuenta de que no. De que habíamos cambiado de año pero no de discurso, de miopía y de hipertrofia cinestésica. El ministro de Economía quería demostrar que las cosas van bien y hay motivos para la esperanza. No niego que así sea pero la imagen que utilizó para demostrarlo fue desafortunada de tan gloriosa. Dijo que hoy en España “se ha perdido el miedo a perder el puesto de trabajo”. Entiendo que la sensación de crisis global y de hecatombe apocalíptica se ha moderado; que ya no tenemos a “la prima” acechando con la guadaña ni la impresión de que todo se hunde alrededor. Sin embargo, el propio Rajoy habrá dado un respingo al escuchar a su ministro lanzar campanas y campanillas al vuelo, cuando él mismo estuvo durante meses intentando refrenar el triunfalismo de haber logrado contener a la hidra de la prima de riesgo desbocada.

De Guindos debería pasarse por la Casa de la Caridad de Valencia. O, al menos, conocer su última campaña para recaudar ayudas con las que mantener a tantos que sobreviven gracias a la solidaridad de los valencianos. Es un anuncio terrible que pone los pelos de punta aunque se haya escuchado cientos de veces. En él, hablan de Juan, un trabajador feliz que va por el centro de la ciudad sonriendo y satisfecho de su vida tranquila. Sin embargo, lo que se narra durante el paseo es su nada amable futuro inmediato: un ERE en su empresa apenas dos semanas después; una subsistencia difícil con los ahorros; la imposibilidad de pagar el alquiler y, por fin, un final dolorosísimo: la calle. La conclusión que lanza el anunciante es sencilla: “te puede pasar a ti” y no es advertencia de agorero sino de una entidad que lo ve día tras día, que se lo encuentra en muchos de sus usuarios, de familias enteras o de gentes que nunca hubieran imaginado verse en esa situación. De Guindos debería conocer a Juan. A todos los Juanes que, aunque lo desconocen, temblarían si supieran que pueden perder su puesto de trabajo, su casa, su familia y su vida tal como la han conocido y merecido hasta ahora. No basta con desearlo para conseguir borrar el miedo que no nos abandona. Y mucho menos conjurarlo con una larguísima precampaña electoral. Eso puede ocultarlo, no eliminarlo.

Temas

crisis, trabajo

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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