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María José Pou

iPou 3.0

El origen del siglo XX

Algunos están tan preocupados por la llegada de Podemos y sus clones griegos que no se enteran de la existencia del extremo opuesto. Lo mismo ocurre en sentido contrario. Hay quienes, indignados por el resurgimiento de la ultraderecha en Europa, son incapaces de ver la misma intolerancia cuando viene de sus propias filas. Los extremos nunca son buenos, ni siquiera como alternativa personal a la exigencia laxa. En España lo estamos viendo, pero no es un fenómeno local. Aquí asistimos a una exaltación desmedida del extremismo cuando se dirige hacia grupos “de riesgo”, convertidos en el pimpampum nacional. En esos casos, se da por bueno el insulto y el descrédito del banquero, el empresario, el policía o el político. No importa si hay motivos o no o si es justo o injusto para el sujeto que recibe las bofetadas. Nos parece legítimo señalarle con el dedo, ponerle en la solapa un indicativo para no confundirle y gritar “¡ahí va!”.

El proceso es muy similar al que ha vivido nuestro continente hace apenas unas décadas. Lo recordaba este fin de semana una manifestación en Alemania contra el auge de grupos neonazis. En ella, podían verse pancartas con la famosa frase “primero vinieron a por los comunistas pero como yo no era comunista… después vinieron a por los judíos pero como yo no era judío…” que termina dando por hecho que no vale refugiarse en la pertenencia a un grupo intocable. Quizás estamos recreando, sin saberlo, esos años previos al estallido de la locura nazi o de la estalinista. Fueron años aparentemente normales. Al menos, en comparación con lo que vino después. Sin embargo fue el caldo de cultivo del horror. Y el primer paso era diferenciar a las personas en razón de determinados criterios: ideología, religión, raza, opción sexual o preferencia intelectual. Primero se distinguía y luego se perseguía. La cuestión es que la sociedad se componía de grupos aceptables y otros que no lo eran. Como ahora. Ese es el riesgo que vivimos.

Para la ultraderecha, unos merecen la ayuda –los nacionales- y otros, no –los inmigrantes. Para la ultraizquierda, unos merecen el escarnio –la casta- y otros, no –los nuestros. En cualquier caso son unos pocos los que agrupan y califican. Y quienes no caben en los grupos “salvados” serán condenados. No se trata de no defender una forma de ver las cosas, que es perfectamente legítimo, sino de personalizar y excluir. Lo que nos viene en los próximos años es un desgarro social que ridiculiza al que piensa de forma distinta. Eso es lo grave. Eso es lo que provoca enfrentamientos y puede llevar a la violencia. Es la incapacidad de aceptar la diferencia, sea por origen, creencias o ideología política. Eso es mucho más grave que un partido con propuestas económicas alocadas. Sin embargo, nos quedamos en eso y olvidamos que la base es un veneno de efecto lento y mortal.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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