Hablar de mártires nos suena a antiguo, a cosas de otro tiempo. Mártir es una joven doncella que prefirió morir antes que ceder a los deseos de sus captores o un férreo religioso que no quiso renegar de su fe en medio de los infieles. Hablar de martirio nos retrotrae a los romanos, los otomanos o los anticlericales de la edad contemporánea. Sin embargo, sabemos que hoy hay quien resulta perseguido, torturado y asesinado por su fe, como los cristianos de Iraq, o por sus ideas, como las víctimas del terrorismo. Es cierto que la condición de “mártir” solo se aplica en relación a la religión, de hecho la Iglesia solo beatifica por martirio a quienes han muerto por la fe, no por persecución política alguna. Por eso, quizás, resulta tan difícil hablar de “mártires” para referirnos a los muertos en el atentado de París. Ellos mismos, posiblemente, no se sentirían cómodos con esa etiqueta cuando han renegado tanto de todas las religiones en sus viñetas publicadas por el Charlie Hebdo. Ahora bien, el mártir es quien muere por sus creencias, aunque éstas afirmen la inexistencia de Dios, consideren la religión el opio del pueblo o difundan, con mucho sarcasmo, que la Santísima Trinidad es el primer trío de la historia.
Si algo puede afirmarse de ellos es que han muerto por sus ideas. Eso es lo que hace el terrorismo, matar a quienes piensan de forma diferente. El apellido de “yihadista” se limita a poner el foco sobre quienes “creen” en algo diferente, aunque sean los principios de la Francia revolucionaria y sus consecuencias en el laicismo actual. Por eso deberíamos confiar en que su sangre, como la de todo mártir, haga brotar nuevas vocaciones. Su sacrificio debería ser una lección para las nuevas generaciones que han vivido tranquilas pensando que la democracia y la libertad ya estaban conquistadas por siempre jamás. O que ningún extremismo religioso iba a ser capaz de recuperar inquisiciones, hogueras y patíbulos. Es evidente que no. Que los logros conseguidos deben ser reafirmados a diario y que la vuelta atrás es posible aunque tenga otro cariz y otro dios. En lugar de eso vemos que estos actos y sus respuestas alimentan posiciones opuestas pero igualmente violentas que terminan por chocar mientras va madurando una base de tolerancia en ambas posturas. Hasta que esa base florezca y se imponga, viviremos tiempos de amenaza y dolor. Y tendremos que honrar a los mártires de la libertad. El último avance de la Ilustración es ese martirio laico al que estamos asistiendo. La diferencia con otros es que sus principios pueden ser compartidos globalmente aunque todavía una parte del mundo prefiera vivir en las tinieblas de la fe equivocada. No me refiero a la islámica sino a la que cree en la diosa violencia y sustituye a la libertad por el odio guiando al pueblo. Hoy la Ilustración ha ganado fieles.