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María José Pou

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Jaque mate

Hay muchas formas de referirse a poner “punto final” a una relación. Se puede terminar, romper, acabar, despedir, olvidar, finiquitar o dejar. Sin embargo, hay algunas demasiado abruptas, como “dar matarile” o “dar jaque mate”. Cuando el contexto en el que se usan estas últimas es pacífico, se entiende que quien así se pronuncia lo hace sin ánimo violento. Está usando una metáfora, ciertamente exagerada, pero que solo habla del final de algo. Un final definitivo.

En cambio, cuando esa relación es la del pueblo vasco y la Guardia Civil es estúpido dar por hecho una contexto pacífico, sobre todo, si la frase proviene del presidente de Sortu, Hasier Arraiz. Este personaje se descolgó diciendo que “es el momento de que el pueblo dé jaque mate a la Guardia Civil”. Ni poniendo toda la buena voluntad resulta fácil defender que estaba ofreciendo una metáfora sobre sus pretensiones y que solo quiere que se vaya del País Vasco. Aun dando por hecho que “jaque mate” puede relacionarse con “neutralizar” o incluso “vencer” al oponente sin ánimo de exterminio, la expresión es tan inequívoca en el contexto abertzale que produce escalofríos. Viniendo de donde viene, el “jaque mate” no parece hablar de terminar la partida y tumbar al rey, sino de acabar con el jugador.

Es lógico, pues, que el ministro del Interior traslade a la Fiscalía esas declaraciones por si fueran constitutivas de un delito. Si no lo son, no cabe duda de que son inoportunas e insultantes. Y tal vez, incluso, puedan contemplarse a la luz de las reformas que el Gobierno está planteando en el Código Penal para combatir el yihadismo. Es verdad que esas propuestas están enfocadas hacia la nueva realidad que plantea este tipo de terrorismo, como la existencia de “lobos solitarios”, el entrenamiento en campos de Afganistán o Siria o la capacidad para actuar como terrorista aunque no se pertenezca a una organización. Sin embargo, revisarlas aplicándolas al terrorismo etarra no deja de ser un ejercicio interesante. Por ejemplo, cuando se habla de la penalización de la “autorradicalización”. Sin duda lo más difícil de concretar en ese caso es cómo evaluar el viaje al extremismo, cómo determinar que alguien es radical si hay que esperar a que actúe como tal de palabra o de obra; cómo diferenciar el pensamiento extremista y el paso a la acción. No es delito pensar, como vimos aquí en Valencia en el juicio a los neonazis de la “Operación Panzer”, pero sí actuar. La cuestión es si ese concepto de “autorradicalización” también puede hallarse en el contexto vasco aunque el proceso comience en la más tierna infancia. Si nos hemos propuesto vigilar la transformación personal entre los musulmanes que de pronto se convierten en asesinos en nombre de Alá, tal vez haya que revisar si lo hicimos en otros casos cuando se amenaza o mata en nombre de Euskal Herría.

Temas

terrorismo

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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