En una versión renovada del Evangelio, hay quien cuenta que Jesús acababa de encontrarse con la adúltera y, mientras escribía en el suelo, dijo a los fariseos: “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. En ese momento, un guijarro le pegó en la cabeza, levantó la vista y gritó: “¡mamá, tú no te metas!”. Esto es un chiste sobre Jesucristo. A mí nunca me ha ofendido. Es más, lo encuentro especialmente gracioso y de profundidad teológica. Recoge, nada menos, que el dogma de la Inmaculada Concepción.
Sin embargo, entiendo que haya gente a la que no le guste, que le inquiete, le moleste y prefiera no usar un motivo religioso para hacer broma o chanza. Aunque sea de humor blanco. Incluso aunque sea un modo de acercar la fe de modo amable. Mis disculpas si ocurre eso con este chiste.
Lo que sucede con el humor –y no solo con la religión sino con muchos otros asuntos- es que cada persona es distinta. El umbral de hilaridad y la sensibilidad a la ofensa son personalísimos, de tal modo que uno encuentra gracioso lo que para otro es ofensivo y al revés. Ahí reside el nudo gordiano del debate que en estos días se ha generado en torno a Charlie Hebdo y, en las últimas horas, con las palabras del papa en el avión que le lleva a Sri Lanka y Filipinas.
A algunos les ha sorprendido que el papa esté dispuesto a pegar un puñetazo a quien se meta con su madre. No nos sorprende que una famosa asegure “yo, por mi hija, mato” pero sí que a un hijo le nazca partir la boca a alguien si es necesario para defender a su madre. La cuestión es que el papa no pretendía hablar de su madre ni de su padre sino explicar a todos, sin grandes argumentos teológicos, que las ofensas tienen consecuencias. Su error, quizás, fue no calcular el efecto de determinadas imágenes para exponer su punto de vista. En un contexto hipersensible, hasta el papa más políticamente correcto, puede ser malinterpretado.
Francisco dijo lo que se espera del líder de una comunidad religiosa: que no se puede matar en nombre de la fe pero tampoco ofender alegremente a los creyentes. Y conviene leer las frases enteras. El papa dijo con rotundidad que matar en nombre de Dios “es una aberración”. Y no empleó ninguna metáfora para suavizarlo. Pero también que no se puede insultar, ni provocar ni tomar el pelo en relación a la fe. Que no caben las bromas con lo que otro considera tan sagrado como las creencias. Lo complicado es determinar dónde empieza la ofensa. Para eso están los jueces, no los matarifes. Ellos son quienes pueden evaluar, sobre todo, si hay intención de ofender (el “animus injuriandi” que dicen los juristas). Eso no está presente en mi chiste inicial pero a veces hasta en un saludo aparentemente inocente, sí. La pregunta es si lo está también en la representación del Profeta. En la última portada de Charlie Hebdo yo diría que no.