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María José Pou

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Las castas

Lo último en reproches al prójimo es llamarle “casta”. Desde que Pablo Iglesias lo introdujera en el “politiqués”, esa lengua propia de políticos y periodistas de política, no hay día en el que alguien no le espete a otro que pertenece a la casta. Cualquier día lo escucharemos en los patios de colegio y en las paradas de los autobuses escolares: “¡casta, más que casta!”. Decirle eso es atribuirle privilegios inmerecidos o disfrute de una situación de bonanza que solo alcanzan los ricos y poderosos. Para algunos “casta” es la adaptación contemporánea de la nobleza y el clero medievales. Bajo sus pies, el pueblo llano. Sin embargo, en origen la referencia de Pablo Iglesias a la casta no tiene ese sentido de “clase” sino de bienestar sobrevenido gracias a vivir aferrado a las ubres de mamá-Estado, esto es, a no conocer más oficio que el de cargo, asesor o “empotrado” en el despacho contiguo a alguno de ellos. “La casta” es el grupo de “inútiles” -en palabras de Iglesias- “que tienen cuentas en Suiza y reciben sobres pero dicen que no hay dinero para la sanidad y educación públicas”. Por eso, Felipe González no pudo más que contestar a las acusaciones contra el PSOE diciendo que él pertenecía a “la casta política que puso en marcha el sistema nacional de salud”.

Una actitud similar tomó ayer el PP en su Convención Nacional, cuando presentó a varios alcaldes como miembros de la casta: la de los electricistas o la de los administrativos. Es otra posibilidad de contraatacar a Podemos, jugar a la paradoja de pertenecer a un grupo pero exento de privilegio alguno. Evidentemente estos alcaldes no forman parte de “la casta” a la que se refiere Iglesias. La mayoría de concejales y alcaldes son un tesoro en los partidos porque hacen la política de proximidad, más dura pero más agradecida por el ciudadano, y muchas veces lo hacen con enorme coste personal y profesional. Son quienes, incluso, tienen que compaginar su trabajo con el servicio público o renunciar a su carrera profesional. Son, en resumen, la antítesis de “la casta”. El problema de Pablo Iglesias no es solo que no reconozca el terreno universitario como uno de los promotores de “casta” sino que olvida que, de existir “la casta” solo es la cúpula, no la base de los partidos. El grueso del PP, del PSOE o de IU lo forman profesionales, funcionarios, autónomos o parados que poco o nada saben de sobres o cuentas suizas. Mucho menos, por supuesto, los votantes y simpatizantes de cada uno de ellos que confían en esos electricistas y administrativos que se dejan hasta los recursos propios por servir a su pueblo. Ignorarlo es negar la realidad de la mayor parte de las corporaciones municipales. Para esos, el castigo es doble: vivir el desprestigio de sus siglas por culpa de unos aprovechados y el propio, por quienes niegan su esfuerzo, ignorándolos.

FOTO: ABC

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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