Los bajos de las ciudades dicen mucho sobre la vida en ellas. La crisis, por ejemplo, se ve en la cantidad de persianas echadas y de carteles de “Disponible” en sus puertas. Lo mismo sucede con la proliferación de determinados negocios. Hubo un tiempo en que se llenaron de sucursales bancarias, hasta que el crack de Lehman Brothers, y lo que vino después, obligó a la entidades a cerrar oficinas y reagrupar o despedir a sus empleados. Con el “boom” del “Todo a cien” nuestras calles se poblaron de grandes almacenes de mercadillo que, curiosamente, aun persisten traspasados a ciudadanos de China o Pakistán. Quién no recuerda también cómo aparecieron cientos de inmobiliarias que parecían repartirse una gran tarta hasta que la burbuja del ladrillo explotó. Más tarde llegaron los negocios de cigarrillos electrónicos o, recientemente, las franquicias de perfumes o de productos “bio”. Sin embargo, la sobreabundancia más notable de los últimos meses es la de clínicas dentales. En su caso hay una peculiaridad que no está tan presente en otro tipo de negocios: ofrecen servicios low cost.
Supongo que tenemos que acostumbrarnos a algo infrecuente por estos lares pero muy presente en otros países. La salud también se contempla como un negocio lo que no significa, necesariamente, que busquen el beneficio a cualquier precio. Mirarlo como negocio quiere decir que quieren ganar y plantean estrategias para lograrlo, publicidades agresivas, ofertas y descuentos. Como si nos vendieran una lavadora. No parece que haya nada malo en eso. Al menos, a priori. Reconozco que aún me cuesta ver anuncios donde se cuentan las bondades de una citología como quien habla de las prestaciones del último monovolumen pero por otro lado, veo interesante el papel de la publicidad en esos casos. Sin ella, quizás, no sabríamos que en determinada clínica hacen chequeos completos por un módico precio. España es un país todavía excesivamente precavido en ese sentido.
Quizás tiene razones para serlo y es una medida de cautela beneficiosa. Es un contrapeso para evitar las estafas que, si bien en otros campos son molestas, cuando se trata de la salud son verdaderamente inquietantes. Eso es lo que sucede con algunas clínicas dentales low cost, tal y como denunció el Colegio de Odontólogos de Valencia hace unos meses. Lo grave es ver cómo algunas engañifas están afectando a los grupos más vulnerables de la sociedad que confían en precios bajos para arreglar su dentadura postiza o los empastes que requieren. Personas mayores, inmigrantes o familias numerosas que no pueden costear tratamientos caros se ven enredados en “las preferentes dentales”. En ese caso no es solo un problema de Consumo sino de Salud, el peor ámbito para jugar con el low cost. Y más, todavía, cuando se trata de personas que no tienen alternativa a esa peculiar ruleta rusa.