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María José Pou

iPou 3.0

Gasolina para llevar

Cuando alguien es manazas o torpe con las cosas prácticas, huye de cualquier situación que ponga en evidencia su incapacidad para hacer lo que a otros resulta muy fácil. En mi caso, poner gasolina sin ayuda y sin resultados catastróficos me ha costado sangre, sudor, lágrimas y algún que otro par de zapatos. El trauma principal se produjo hace muchos años cuando, de camino a Madrid para asistir a una reunión, paré en una gasolinera sin personal salvo para el cobro. Al ir a llenar el depósito, la manguera estaba mal puesta y customicé mis zapatos con “eau de oil”, o sea, empapaditos de gasolina hasta el corvejón. Como el viaje era relámpago, pues solo tenía esa finalidad profesional, no contaba con otro par de zapatos ni tiempo para comprarme unos en la capital, de modo que tuve que asistir de esa guisa. Nada más llegar me tocó explicar a todo el mundo lo sucedido en la gasolinera, para que no pensaran que iba de suicida yihadista o de monja tibetana a punto de inmolarme prendiéndome fuego en la puerta del Constitucional. Reconozco que la reunión me pareció muy molona, seguramente por efecto de los efluvios que emanaban de mis zapatos.

Después de aquello, vigilo mucho dónde paro a poner gasolina y siempre que puedo evito aquellas estaciones que solo disponen de autoservicio. Tengo que decir que he mejorado mucho y ya consigo que toda la gasolina entre en el coche sin percances, pero no acabo de confiar en mi habilidad para los trasvases.

Por eso ante la proliferación de estaciones “low cost” donde no hay nadie que atienda al cliente ni siquiera para cobrar, siento cierta inquietud. Me temo que antes o después tendremos que pasar todos por ese trance pero entiendo, como puede suponerse, las reticencias de unos y otros. No soy precisamente una defensora a ultranza de esa fórmula, dados mis antecedentes. Pero también veo que la autogestión se ha impuesto en muchos ámbitos que antes nos hubieran parecido incapaces de subsistir sin personal. Durante años me rebelé contra la insistencia de los bancos por que usáramos los cajeros automáticos, una práctica a la que mi madre fue incapaz de acostumbrarse y como ella miles de personas mayores, desmemoriadas y torpes con la tecnología. No sirvió de nada. Ahora apenas nos acercamos a la ventanilla, como sucede en muchas otras actividades.

En el futuro me imagino que la línea será doble, como ha ocurrido con muchas otras cosas. Eso significa una eliminación de costes que rebaje el precio para quien quiera encargarse él y pagar menos, como los talleres de coche para arreglárselo uno mismo. Y, enfrente, un incremento del precio para quien prefiera pagar y tener un servicio mejor y seguro, antes que hacerlo él. En mi caso, siempre que pueda pagármelo, seguiré encantada de ser atendida por un profesional. Prefiero que sea de la gasolina, antes que de la zapatería.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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