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María José Pou

iPou 3.0

Darwin y los machistas

A veces no leemos del todo a Darwin. Tendemos a pensar que la evolución siempre es una mejora. Evolucionar es crecer, ampliar las miras, superarse. Nunca pensamos que el futuro pueda depararnos pasos atrás. Las generaciones venideras -creemos- siempre van a ser mejores que las anteriores. Es un darwinismo exageradamente optimista. Como en el reino animal las mejores adaptaciones se perpetúan, pensamos que eso ocurrirá también con los seres humanos. Olvidamos, en cambio, que ni la evolución de las especies es lineal ni las personas más brillantes y buenas son quienes mejor se reproducen e imponen su genética. Que las girafas con cuello más largo se adaptaran mejor a comer de las altas ramas de los árboles no significa que las personas más adaptadas al entorno sean las que merezcan la pena. Al menos en este contexto habrá que admitir que todo dependerá de cuáles sean las circunstancias. Si son, como en la generación de nuestros padres y abuelos, las de una posguerra, los supervivientes tendrán una fortaleza notable. Así vemos cómo muchos de ellos consiguieron vivir casi cien años sin apenas haber pisado un médico o tomado una aspirina. Tal vez solo superaron los años de carestía los más fuertes y eso les hizo vivir la abundancia con más capacidad de resistencia que otros. En cambio, si el entorno invita a ser insolidario y egoísta, el resultado puede ser descorazonador. Solo los más adaptados a esa vida de interés propio sobrevivirán y se duplicarán en sus descendientes.

Ese mal entendido darwinismo es lo que subyace a la sorpresa que nos produce conocer estudios y sondeos sobre lo que los jóvenes piensan de la violencia machista. Pareciera que, con el paso de los años, las nuevas generaciones estarían mejor formadas en igualdad y por tanto serían capaces de erradicar esta lacra. Sin embargo, nos encontramos con un retroceso. Ya no puede achacarse a una educación franquista y a una imposición por la fuerza de esa visión cosificadora de la mujer a la que nos tenía acostumbrado el antiguo régimen. Ahora son chavales de quince años, educados en plena democracia, quienes opinan que cuando la mujer sufre maltrato es porque “algo habrá hecho”. Es espeluznante que la cifra alcance a casi un tercio de la población masculina entre 12 y 24 años. No es, pues, un avance social ni una demostración de la evolución humana. Da terror pensar que quienes nos siguen mantienen e incluso incrementan los prejuicios machistas y encogen los hombros ante crímenes como el que sacudió Valencia hace apenas unos días. Ya no podemos escudarnos en un sistema opresor. O al menos hemos de ser conscientes de que la opresión viene de nosotros mismos, no de la brigada político-social. Seguimos perpetuando el machismo al transmitírselo a los chavales desde la cuna. Aún no hemos construido un discurso social de verdadero rechazo.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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