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María José Pou

iPou 3.0

Uno de los nuestros

Cuando falta rotundidad, escasea la confianza. Tanto empeño ponen los partidos por afinar la delgada línea roja que separa el servicio público, del aprovechamiento de lo público, que no consiguen más que desafecto. Es un signo evidente de que su prioridad es su propio grupo y no el ciudadano. Lo estamos viendo en el PSOE, aguerrido con los madrileños pero apocado con los andaluces. Lo último ha sido sacarse de la manga esa petulancia de “imputado sin delito” para no tener que vérselas con el “pater amantísimo” de Chaves y su sucesor. Por un guijarro, apedrean a Tomás Gómez y por una cantera completa, no tocan un pelo ni a Chaves ni a Griñán. No es patrimonio exclusivo de los socialistas. Las líneas rojas de Valencia han mostrado más paciencia que el santo Job aferrado a una cachimba de tila. En algún caso han dejado incluso que la fruta no solo madurara sino que se pudriera en el árbol y cayera al suelo cuando solo era pellejo y pulpa reseca. Mientras tanto, han gustado, como los socialistas, de debates nominalistas sobre qué es un imputado, cuándo empieza el proceso, y qué cosa es eso de la vista oral en términos de culpabilidad. Al ciudadano tanta pulcritud para recoger los fragmentos de su honorabilidad le resulta desconcertante. Si uno está limpio, sale a pecho descubierto y sin tardanzas. Cualquier otro remilgo entre la imputación, la inocencia, la sospecha y el renuncio no hacen más que poner en evidencia su propio interés y el de “los nuestros”. Poco importa ahora que Chaves y Griñán se lo piensen tanto. El sistema está podrido y queda la sensación de que no hay voluntad de limpiar a fondo.

Un partido es una maquinaria perfecta de colocación, poder y arribismo. Podemos verlo, podemos. Su máxima preocupación es ganar elecciones para mejorar en ese ranking. Perderlas supone dejar escapar oportunidades y beneficios para uno y los suyos. El ciudadano encaja mal ahí. Es una historia semejante a la de una “colla”, una comparsa, una cofradía, una comisión fallera o un grupo de mayorales. En todas ellas es lógico que el interés sea el común a los miembros del grupo, que todo lo hagan para crecer, mejorar cada uno y obtener la gratificación de la fiesta que les une. Sus esfuerzos, sus recursos y su actividad está destinada a sus propios fines y miembros. La diferencia con un partido es que éste comparte esa misma dinámica pero con una particularidad: su razón de ser y su supervivencia dependen de los ciudadanos. Ellos, con su apoyo, deciden sobre la marcha de tan peculiar grupo, de ahí que los necesiten pero en el fondo les preocupen poco. Por eso vemos coger con pinzas el debate sobre cuándo perjudicar a “uno de los nuestros” en situación turbia. Es traumático para ellos. Mucho más que el daño oculto a los ciudadanos. Éste no duele aunque perjudica si ve la luz. El otro, en cambio, es insoportable.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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