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María José Pou

iPou 3.0

El caloret

Me lo decían ayer en el Mercado de Russafa una y otra vez: con “el caloret” se nos ha olvidado la crisis, el temporal de frío y hasta las obras en el barrio. No hubo “puesto” en el que no me preguntaran con una media sonrisa por la intervención de la alcaldesa en la Cridà. De pronto, las habituales conversaciones sobre la situación económica que empiezan con un “ja veus, no n’hi ha gent al mercat” y que muestran unos negros nubarrones sobre sus paradas, habían dado paso a chispeantes y joviales intercambios de bromas y sarcasmos. Rita había obrado el milagro. Por unos días, volvieron las ganas de tomarse la vida con humor. Allí, donde la han visto pasear entre alcachofas y ajos tiernos cada vez que se acercan las elecciones. Justo allí, en el mercado, uno de los templos del “barberismo” patrio, no había otro tema más suculento para comentar, analizar y sacar a pasear toda la socarronería valenciana. Porque en eso se resume el episodio del domingo. En un ejercicio de creatividad al socaire de un mala tarde municipal. Los críticos intentan exprimir la escena hasta dejarla seca; los devotos, en cambio, ven en ella una ocasión de ratificar su pasión por una alcaldesa que durante décadas ha podido con todo. Incluso con un “caloret” asfixiante.

Prueba de ello fue la reacción a las pocas horas. Mientras la sorna local convertía su metedura de pata en chiste, póster y hasta souvenir para los falleros, y la oposición, en munición para volar el “fuerte”, Rita demostró por qué algunos dicen que es un gran animal político. En el mejor sentido de la palabra. La razón es que se revuelve mientras sus enemigos la atrapan con una red y, pegando dos giros, los envía a todos contra la pared para liberarse. Así hizo al reconocer su error y reír de su capacidad para la creación léxica. Quienes no la quieren, no lo harán nunca, pero quienes la adoran por ser precisamente así encontrarán en lo sucedido una anécdota más para llevarla en andas. Rita comete errores y se ríe de sí misma, vino a decir. Como el más normal de sus conciudadanos.

Por eso quizás sufrió el mismo síndrome que Belén Esteban metida en la casa de Gran Hermano y comprobando, con estupor, que las masas son capaces de abuchear a “la princesa del pueblo”. Del mismo modo, Rita Barberá se enfrentó, quizás por primera vez, al abucheo de sus incondicionales, los falleros. Fue un trago amargo para la “alcaldesa del pueblo”, que tendrá que digerir lo sucedido con “molt de trellat”, serenidad y sentido de la realidad. Afortunadamente los valencianos tenemos una técnica infalible para superar lo malo: reírnos del lucero del alba. Con esta anécdota se puso a prueba la ironía que nos hace célebres y nos sirve de terapia colectiva cada primavera. Y, por lo visto, superó el reto. Aún da tiempo, incluso, de homenajear al “caloret” en los monumentos de este año.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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