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María José Pou

iPou 3.0

La pasarela divina

Tratándose de procesiones, más de uno podríamos decir aquello de “yo he visto cosas que vosotros no creeríais”. Y que incluso sorprenderían al baqueteado autor de la frase, el replicante de Blade Runner. Ocurre en las procesiones, bodas, bautizos, comuniones, entierros y en cualquier acto religioso donde se mezcle lo profano y lo sagrado, es decir, en ocho de cada diez. Dejo los otros dos para la cuota de monasterios y religiosos que, por regla general –nunca mejor dicho- saben muy bien lo que es propio e impropio de una celebración sacra. Fuera de eso, los hay que van a la iglesia como quien acude al fútbol los domingos o quien participa en un acto litúrgico como si estuviese en la Church Fashion Week.

Por eso no me extraña que la Junta Mayor de las Cofradías de la Semana Santa de Alicante haya recordado lo que, por otra parte, es bastante obvio. Que a la procesión no se va vestido de Nochevieja. Ni ella ni él. Ni escotes exagerados, ni cortes pronunciados de faldas ni medias de rejilla. Doy por hecho que no afecta solo a las mujeres aunque los ejemplos sean todos femeninos, pues también el hombre puede ir como si fuera Messi en la gala del Balón de Oro y tampoco parece propio ir de letra escarlata a un acto de Semana Santa. Cuando se pide que no haya estridencias, se entiende que eso abarca unos tacones de escándalo pero también una corbata de colores.

La cuestión clave es que algunos confunden la procesión con la pasarela Cibeles y ser clavariesa con desfilar para Victoria Secret pero vestida. Es inevitable que esté presente el factor “exhibición pública”. Quien participa en una procesión se expone a ser mirado, comentado y destripado por las víboras del lugar. Pero eso no puede convertirse en el leit-motiv ni en la única preocupación durante el recorrido. Ya sé que decir esto es como decir que los niños de Primera Comunión deben estar a lo que están y no a recibir una consola de regalo. Pero la Iglesia está obligada a recordar qué es una procesión y las Cofradías a mantener contenido el ego de sus cofrades, natural y legítimo pero secundario en esas lides. El centro de la procesión es la imagen religiosa y la devoción de quien asiste o de quien la contempla. Todo lo demás es mundano, inevitable, pero también controlable. No es extraño que una devota quiera ir elegante y estupenda. De hecho, es un modo de honrar a su Cristo, su Santo o su Virgen. El hecho de que tradicionalmente en los pueblos se acuda a la procesión con las mejores galas (“anar molt mudà”, que diuen)indica la importancia del hecho. Lo que debe diferenciarse es el plano y el tono. También vamos muy elegantes en Nochevieja pero la finalidad, el contexto y lo que se espera de nosotros entonces es muy distinto al momento de la procesión. En la procesión honramos a Dios; en Nochevieja, a nosotros mismos. Esa es la diferencia.

 

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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