Cada vez que veo al gobierno tomar medidas para favorecer el emprendedurismo, el autoempleo o a los autónomos, me pregunto cuánto tardarán en darse cuenta las autoridades de que los mayores son un “nicho” de empleo por potenciar. No me gusta hablar así de quienes nos han precedido en las penurias vitales y han llegado a la presunta Edad Dorada pero está visto que el único modo de convencer a un gobierno es advirtiéndole de que algo crea riqueza o reduce el gasto. Así, hemos comprobado cómo de pronto los gobiernos se preocupaban de que no fumáramos, de que no comiéramos grasas trans o bebiéramos refrescos azucarados o de que nos pusiéramos el cinturón de seguridad en el coche y el autobús. No era fruto de un interés particular por incrementar la calidad de vida de sus ciudadanos sino el cálculo presentado por sus expertos acerca del ahorro sanitario que producen todos esos comportamientos. Fue entonces cuando decidieron iniciar campañas y aprobar normas que dificultan o reducen el hábito del tabaco, la obesidad o la mortalidad en carretera.
Por eso, la manera de hacer ver a quienes nos gobiernan que el sector de los mayores es importante es mostrándoles cómo crean riqueza, consumen o fomentan el empleo. Los ancianos no son un colectivo “goloso” para los anunciantes o las grandes marcas. No suelen comprar mucho. Al menos, los nacionales. Sí, en cambio, los extranjeros que no tienen las pensiones ridículas de nuestro país. Sin embargo, el cuidado tanto de ellos como de los dependientes suponen un gasto continuo que, con la esperanza de vida actual, es previsible que aumente. Parte de ese gasto lo tiene que asumir el propio Estado pero estamos viendo cómo esa parte se reduce día a día. O se transforma. El ingreso en residencias, por ejemplo. En los últimos años hay menos noticias que hablen de la escasez de plazas porque algunas familias se han visto obligadas a sacar a sus mayores y tenerlos en casa para sobrevivir de su pensión. Así, el cuidado de estas personas se privatiza de facto y, cuando es imprescindible y asumible, se busca a un cuidador profesional. Sin embargo, esa contratación no es como las demás –no tienen derecho a paro- ni quien contrata es considerado un empleador normal. No hay apenas facilidades ni se reconoce el papel en la creación de empleo de quienes hacen estos contratos. Aunque lo estén creando y en el futuro se prevean muchos puestos de trabajo en el sector. Ahora, Rajoy anuncia facilidades para el autónomo y de nuevo surge la duda. ¿Por qué no se contempla ese tipo de actividad como si fuera una más, se potencia, se mima y se valora su capacidad para crear esos miles de puestos de trabajo que engrosarían las cifras del Gobierno? Ciertamente no es un empresario, pero da trabajo. Un trabajo, además, que no le genera beneficios pero le permite contribuir a que otros lo hagan.