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María José Pou

iPou 3.0

El monstruo de Kenya

Las escenas que nos llegan de los ataques de ISIS o de Al Shabab recuerdan la peor de las pesadillas infantiles. Que una superviviente cuente cómo se escondió debajo de la cama o en el armario cubierta de telas mientras escuchaba perpetrar la masacre hace rememorar ese sueño recurrente en el que, siendo niños, nos sentimos acorralados e intentamos evitar que nos vea el monstruo. En todos los casos, hay un elemento común no menos inquietante: la selección. Los niños se enfrentan en sus malas noches a situaciones en las que tienen que decidirse por decir o callar, demostrar o disimular, con tal de salir inmunes de su encuentro con el fantasma. La pesadilla les pone en una situación tan difícil que, al despertar, se abrazan con fuerza a papá o a mamá porque saben que ellos le querrán igual, sea cual sea la respuesta. Sin embargo, los chavales de la universidad de Garissa, en Kenya, vieron materializarse todas esas pesadillas sin posibilidad de despertar, cuando los hombres armados les dieron una oportunidad de salvar su vida. Les exigieron que recitaran el Corán para asegurarse de que eran musulmanes. Y a los que no lo eran, los mataron.

La selección no es más que un modo de atemorizar a quien no cumpla criterios aleatorios. No pensemos que siempre es el mismo “filtro” y que basta, por tanto, con disimular recitando algunas aleyas del texto sagrado. El terror solo funciona con el examen imprevisible. O sin él. Basta con la sospecha, con la suposición o con mala fortuna. No son inquisidores que buscan convertir a una sola fe a todo el pueblo. Sus juicios no están ni siquiera amañados. Sencillamente porque no existen. Al Shabab no pretende hacer del mundo un entorno islámico sino sumiso. Y aunque “islam” signifique “sumisión”, ésta se refiere a Dios, no a sus guerreros o a quienes presumen de ser sus portavoces.

Aterrorizar imponiendo la memorización del Corán es un modo de someter, no de convertir. Por eso no debe consolarnos el pensar que quedan lejos y que no hay motivos para que ese monstruo venga a buscarnos. Como se les dice a los niños cuando tienen terrores nocturnos, habrá que asumir que el monstruo solo gana si le tenemos miedo. Si, por el contrario, le plantamos cara y le esperamos firmes en nuestra habitación, no podrá con nosotros. Con estos grupos ocurre lo mismo. Se nutren de nuestra desatención hacia los cristianos y otros no musulmanes torturados en sus países solo por serlo. Nuestro olvido da alas a los asesinos. No basta con desarticular células yihadistas. Hace falta decir bien alto que el islam no es la única respuesta. Pero decirlo convencidos de que el cristianismo es nuestro punto de partida, la base de nuestro pensamiento aunque sea para negarlo. Tampoco Occidente superaría la prueba de recitar con fluidez la Biblia pero su avance es que no hay monstruo que se lo exija.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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