En el principio fue el verbo. El verbo en minúscula, no como en el texto original. Allí se hablaba del Logos; aquí en cambio, nos referimos a una de las categorías gramaticales, como los nombres, adverbios o pronombres; todos los elementos que componen las frases que utilizamos. Entre ellas, el verbo es el rey, pues es aquel que cuenta lo que sucede, de ahí su protagonismo y su importancia para reflejar acciones o sucesos. El verbo (hablar, correr, desayunar) es, por eso, el núcleo de nuestros relatos.
Sin embargo, no fue nunca tanto el centro de los contenidos políticos como ahora, que vivimos una eclosión de recomendaciones verbales tanto en la vida política como en las campañas electorales que se avecinan.
Tradicionalmente, los partidos políticos centraban su propia definición en los sustantivos y adjetivos. Así, tenemos el partido popular, el socialista o los nacionalistas; también izquierda unida; unión, progreso y democracia; ciudadanos o compromís. Todos ellos reflejan un modo de definirse y calificarse: son partidos, coaliciones o alianzas que se caracterizan por su condición liberal, demócrata o unitaria. Lo que primaba era la convicción, el principio, el ideal de cada uno que venía resumido en un sustantivo abstracto o en un adjetivo que situara a esa formación en el espectro político.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte vivimos tiempos verbales. La tendencia actual se centra en esa otra categoría gramatical que no habla de cosas sino de acciones: el verbo. Desde el “Yes, we can”, hemos asistido a la repetición de una constante curiosa en la denominación de partidos o en los eslóganes que estos utilizan. El ejemplo más claro en España es Podemos, la adaptación de “we can” estadounidense. Es el motor de la rebelión social que se produce con los “indignados” cuya denominación nace también de un verbo en imperativo: el libro de Stéphane Hessel, “¡Indignaos!” o, en el contexto anglosajón, Occupy Wall Street. A partir de ahí hemos asistido al surgimiento de otras como Guanyem o Reiniciem que mantienen la misma línea. Estos nuevos partidos sustituyen el concepto por la acción y quizás por eso parece difícil descubrir sus principios pero no sus actos de protesta o sus convocatorias multitudinarias. Tal vez solo sea un espejismo temporal pero la tendencia revela una recuperación incompleta del protagonismo ciudadano. Se nos estaría exigiendo acción más que pensamiento y aun siendo necesaria aquella, es preocupante que no se guíe por éste. Por eso también inquieta que los eslóganes sean, como el del PP presentado ayer, un listado de verbos: “trabajar, hacer, crecer”. No será el único ni es ajena al discurso electoral la petición de actuación al votante (siempre se usa el imperativo “vota x”). La cuestión es si nos piden que votemos “hacer” o “el buen hacer”. Parece lo mismo pero no lo es.