A la Segunda Guerra Mundial, siguió un periodo de desánimo en lo más profundo de la intelectualidad europea. A la constatación de que los grandes avances técnicos y científicos de finales del XIX y principios del XX no habían llevado a la humanidad hacia la felicidad completa, tal y como prometía la Revolución Industrial, se sumó la experiencia de deshumanización absoluta en el nazismo y en los gulags de Stalin. Lo resumió Adorno diciendo aquello de que era imposible escribir poesía después de Auschwitz. Superado el bache, recuperamos la fe en la humanidad con la rebelión de los 60 contra los abusos de Estados Unidos dentro y fuera de sus fronteras. Vietnam y la conquista de los derechos civiles vieron nacer a los hippies, pero sobre todo dieron a luz una conciencia colectiva dispuesta a mantener la lucha contra el racismo o contra el imperalismo. Daba la sensación de que el paso adelante había llegado para quedarse. Lo mismo sucedió en los 90, inaugurados con la caída del Muro de Berlín. Parecía –e incluso se habló de ello- que el mundo comenzaba una nueva era con el fin de la política de bloques a la que se llamó “el nuevo orden mundial”. Así, los 60 y los 90 compartieron un optimismo social –tal vez el “antropológico” de Zapatero- que hizo pensar en que el mundo había dado un paso de gigante en su evolución y ya no había marcha atrás.
El paso lo dio. Sin duda. El problema es que el ser humano siempre demuestra que está dispuesto a retroceder en el camino de su superación. El pensamiento positivo de los 60 se dio de bruces con la crisis del petróleo y el de los 90, lo está haciendo con la de 2008.
Pero sería inexacto considerar que todo se ha perdido. Es cierto que la ONU no funciona como quisiéramos, pero los derechos humanos ya están instalados en la conciencia colectiva y no es fácil eliminarlos, aunque quede muchísimo por hacer para que se respeten en todas partes y con todos. Del mismo modo, Europa ha demostrado reiteradamente su limitación como entidad unida, pero la superación del enfrentamiento histórico entre las naciones que hoy componen la UE es evidente. Ahora bien, cuando vemos el trato al inmigrante, el Mediterráneo convertido en un cementerio olvidado por el mundo rico o el asesinato sistemático de cristianos por el Estado Islámico, da la impresión de haber vuelto a la Edad Media. A lo peor de ella. La discriminación, el abuso del ser humano por sus iguales o la indiferencia de los opulentos hacia el dolor de los desfavorecidos son retrocesos. No hemos vuelto al punto de partida, pero son malos tiempos para el optimismo social. La única esperanza es saber que tras una crisis moral como la actual, el avance será mayor y contará con una ventaja histórica: el contexto será global. Lo que desconocemos es cuándo llegará y qué precio habrá que pagar. De momento, parece carísimo.