Ayer no era el día. Puedo entender las molestias, discrepancias y enfrentamientos políticos sobre el modelo educativo, pero ayer no era el día de evidenciarlos. Apenas 24 horas después de ver cómo un maestro era asesinado por un alumno en Barcelona, sobraba todo lo que no fuera mostrar la unidad y el consenso en apoyo del profesorado, de su labor, de su entrega y de su vocación, a pesar de todo. En lugar de transmitir a los maestros nuestro reconocimiento, solos les recordamos para someterles a recortes, a desprecios o a ninguneos. Así, Finlandia seguirá siendo el reino muy muy lejano.
Ni por un día fueron capaces el ministro y los consejeros de educación de asumir la responsabilidad que les exige su cargo. Esa responsabilidad significa poner el bien de los ciudadanos por encima de las estrategias de partido. O dejan de usar la educación como arma política o España no saldrá de su cueva.
Llevamos siglos lamentando el retraso que la “casta” de los siglos XVIII y XIX impusiera a los españoles, impidiendo el despegue de la formación, la intelectualidad y el avance social al compás de Europa. Estamos hartos de afirmar que el Siglo de las Luces no dejó su huella en la Península Ibérica y eso nos situó en el furgón de cola de los países de nuestro entorno. No fue exactamente así pero sí es cierto que las rémoras de un conservadurismo rancio y un catolicismo apolillado nos anclaron en el inmovilismo más atroz.
Lo recoge muy bien Pérez Reverte en su última novela donde contrapone la Ilustración y el oscurantismo ancestral español representados por los académicos que viajan a Francia para comprar un ejemplar de la Enciclopedia. En sus debates se refleja una España que se niega a avanzar, aun con riesgos, y otra que, deslumbrada excesivamente por las candilejas exteriores, se da de bruces una y otra vez con la caverna.
Eso parece lejano pero ayer, ante el desplante a Wert de los consejeros de las comunidades no gobernadas por el PP, visualicé el “vivan las caenas” como nunca. Los mismos que se quejan de los lastres históricos mantienen actitudes que perpetúan el retraso. Y lo hacen por la misma razón que entonces aunque no existan ni inquisiciones ni afrancesados antipatriotas: el poder. Es eso lo que sigue hundiendo la educación en España. El afán de poder, de control, de uso ilegítimo del futuro de las generaciones venideras en beneficio propio. Es lo que movió a la protesta disfrazada de dignísima oposición a un modelo centralizador. Puro teatro. Escenificar la ruptura en vísperas de elecciones locales. Al menos, lograron algo: poner de manifiesto el nivel que tenemos entre los responsables de educación. Menos mal que sigo creyendo en que los verdaderos responsables son los maestros. Pero ellos necesitan respeto, apoyo y dignificación de su profesión. Sobre todo en una jornada como la de ayer.