El mercado manda. Pero ahora el mercado tiene que compartir espacio con un poderoso rival: la tendencia. En el fondo ambos procesos se retroalimentan. La tendencia se asemeja a la moda pero no es igual. Es mucho más efímera que ésta. Diríase que la tendencia es a la moda lo que el tren japonés de levitación magnética al antiguo Intercity español. La tendencia es fugaz y, cuando se extingue en cuestión de horas, solo queda su récord universal por un segundo.
En cualquier caso, tienen en común su conexión con el mercado. Ambas se hallan a su servicio y terminan por mercantilizarse, que es la experiencia más firme de los sentidos se ponga Descartes como se ponga. Todo es digno de compra: las cosas, las personas, las voluntades y las tendencias. Nos encanta compartir emociones en grupo y eso es, en definitiva, buena parte de los trending topic (TT).
De pronto, como ayer, nos llegan mensajes, fotos y felicitaciones por el Día del Libro. Gente que nunca te felicita ni habla de literatura o muestra el mínimo interés por las flores, te sorprende descolgándose con una pasión irrefrenable por las rositas de pitiminí y unos deseos irreprimibles de gritar al mundo entero que su mesilla de noche es la sede local de la biblioteca del Congreso como si no supieran quienes le conocen que el único texto que ha pasado por allí es el prospecto de la caja de Lexatin.
Cada 23 de abril, todo el mundo tiene que presumir de ser un ratón de biblioteca. Si fuera solo eso, aún, pues ninguna excusa es mala para animar a los más jóvenes a la lectura pero ni todas las causas son positivas ni ello evita que se quede en mera pose. El fenómeno se repite en cada jornada, celebración y día internacional. Ayer fueron los libros, pero hace un mes, San José o dentro de dos semanas, las madres. Todo es susceptible de compra pero también de convertirse en causa que debe ser reivindicada con la ñoñería más empalagosa.
Si es el 23 de abril, asumimos el rol gafapasta; si es el de la madre Tierra, el de ecologistas; si el de la madre a secas, el de buenos hijos o si en esa jornada un famoso se despide por siempre jamás, el de auténticos groupies.
La cuestión es que esas ocasiones, amplificadas por las redes sociales, se han convertido en actos que no podemos eludir. Parecen obligarnos a opinar de libros, de música, de medio ambiente o de copla sandunguera. Y tenemos que sumarnos sin compasión. Es como si diez siglos atrás, todo el pueblo hubiera tenido que colgar en su balcón “yo también soy siervo de la gleba” para mostrar su solidaridad. Si no nos sumergimos en la corriente, se nos lleva por delante. Hubo un tiempo en que bastaba, como a Salinas, vivir en los pronombres. Ahora, en cambio, estamos obligados a hacerlo en las tendencias. Del “tú” y “yo” íntimo, al “nosotros” global hiperpúblico. “Postureo”, dicen los coolhunters que se llama.