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María José Pou

iPou 3.0

El aguijón

Los hay que son versos sueltos y los hay que se convierten en aguijones aparentemente bien recibidos. Ayer, sin ir más lejos, Pablo Iglesias agradecía a su compañero de fatigas, Juan Carlos Monedero, que mantuviera ese papel aunque se apartara del proyecto común de Podemos tal y como hicieron público a última hora. El líder del “partido revelación” quiere que Monedero le espolee, pero que lo haga fuera de su cortijo. Iglesias y Monedero son Anastasia y Christian Grey pero en habitaciones separadas, por favor. No sea que la fusta haga daño a la delicada piel del partido recién nacido.

Los modos han sido mucho más civilizados que los de UPyD. Las justificaciones tampoco tenían nada que ver, si bien hay un elemento común en todos los partidos, sean o no de la casta. La discrepancia interna no encaja bien con una estrategia ganadora. Monedero le reprochaba a Podemos que se hubiera instalado en los tics de aquellos a quienes quería sustituir, esto es, el pragmatismo en mensajes y actuaciones moderadas para lograr ganar “clientes”, o lo que es lo mismo, votos. La atemperación a la que hemos asistido en relación al extremismo natural de Podemos no casa demasiado bien con quienes iniciaron la aventura a partir, precisamente, de la radicalidad. El problema es que es difícil el equilibrio entre exigencia y sensatez. “Radicalidad” presenta a menudo matices distintos a “radicalismo”. La primera tiene que ver con una postura claramente contraria a la tibieza que a menudo necesitan los partidos. El radicalismo, en cambio, impone un extremismo incluso irracional que no conecta con una mayoría amplia. La sensatez recomienda la primera, no el segundo. Por eso, si se trata de ganar, Iglesias sabe que debe modular su tono o acabará por sonar estridente.

Monedero es un intelectual, tal y como lo definió su compañero. En efecto. El intelectual tiene la función de espolear y azuzar desde la absoluta independencia de criterio. Esa tarea no parece compatible con el poder, salvo en la mente de Platón cuando reclamaba el gobierno de los filósofos, eso sí, sin haber conocido nunca la televisión. Sin embargo, con esa disociación que hace Pablo Iglesias está evidenciando que la política real debe dejar la hornacina en la que quisieron situarla entre tiendas de campaña en plazas y calles de este país. Si el aguijón ha de estar fuera de la dirección es porque ésta no acepta de buen grado un Pepito Grillo. Desde fuera siempre puede apagarse, atribuirse a estrategias ajenas al partido o, simplemente, aceptar como sugerencia e ignorar a renglón seguido. En eso parece que todas las estructuras de poder creadas para tomarlo y mantenerlo son similares: llevan mal la disonancia. Hasta en la toma del Palacio de Invierno es necesario que todos obedezcan las mismas directrices. No tiene por qué ser distinto en el asalto al cielo.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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