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María José Pou

iPou 3.0

Otra cosa

Quizás necesitamos la dualidad para vivir. Al fin y al cabo es mucho más sereno el enfrentamiento entre dos que la participación de cinco o seis. Con dos oponentes, está claro que uno piensa A y el otro no-A. Así, las posibilidades se reducen y solo se trata de estar conmigo o estar contra mí. En cambio cuando la diferencia es de matiz entre varios similares, la decisión es más compleja y las variantes se multiplican. En ese caso, no solo tenemos A y no-A sino A con ascendiente B, C o D y no-A con sus equivalentes negativas.

Por eso el debate de estos días parece revivir un cierto bipartidismo. Hemos estado criticando la dualidad PP-PSOE y hemos terminado cambiándola por la de Ciudadanos-Podemos. Soy de las que piensa que en el fondo el bipartidismo no desaparece sino que, como la energía, se transforma. En este caso lo hace jugando con opciones periféricas que lo sustentan, lo impulsan y hacen creer que es mucho más abierto. E incluso, tal vez, lo sea. El caso es que el debate conservador-progresista (o lo que quiera que sea en estos momentos) se ha desplazado desde los grandes partidos hasta los más grandes entre los pequeños, esto es, el de Rivera y el de Iglesias. Cada uno de ellos se encarga de desmarcarse del otro, por mucho que Iglesias se vea como Líder Supremo de la oposición como mostró en su comparecencia con motivo del Debate del Estado de la Nación en el Círculo de Bellas Artes. Es curioso. No se sienten obligados a distanciarse de los primos mayores porque se supone que todos los nuevos nacen para romper el tándem PP-PSOE, aunque algunos les acusen de ser sus “marcas blancas”. Necesitan, pues, indicar a un electorado que empieza a marearse con siglas, colores y mensajes, que ellos son “otra cosa”. Que no son ni los de antes ni los de ahora alocados o fingidos. Son “la opción”. Sin adjetivos. La que debe ser votada. La que debe salir. La única posible.

Es muy revelador que necesiten esa negación del contrario. “No somos como ellos”, parecen decir. Pretenden, pues, que el elector no se confunda entre opciones nacidas al socaire del hartazgo y lo hacen porque prevén la llegada de los pactos. Eso es lo que dificulta la diferenciación. Lo hemos visto en la no-investidura de Susana Díaz. Hay tantas bisagras que la puerta puede abrirse hacia dentro, hacia fuera, hacia arriba y hacia abajo. Y todo a la vez. Como la Comunidad Valenciana. La duda es si al final tendremos una gatera, una puerta del “saloon” del Oeste o directamente un torno. En cualquier caso, será solo un espejismo de 2015. En cuanto se diluciden las autonómicas y municipales y se reafirme lo vislumbrado ahora en las generales, se nos acabará la tontería a todos. Entonces ya no habrá dudas de si el gato es blanco, negro o atigrado. Lo importante, como decía González, es que cazará ratones. O poder, que es de lo que se trata.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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