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María José Pou

iPou 3.0

No se ajuntan

Advertía ayer Felipe González que la atomización de los partidos políticos va a convertir España en Italia. La diferencia, decía él, es que en España todo lo vivimos con ese sentimiento trágico que tanto preocupaba a la generación del 98 y, en cambio, en Italia saben capear todas las circunstancias con la máxima del Gatopardo lampedusiano, es decir, que todo cambie para que nada cambie.

Hasta la fecha sabemos que España vive más tranquila en la alternancia de Cánovas que en el pacto, la cesión y el pragmatismo. Nos pierde el ego, el amor propio y cierta tendencia al enrocamiento antes que a la cesión para no romper la baraja. Somos muy de pegar un manotazo en el tablero y echar por tierra todo lo avanzado en la partida. Por eso resulta difícil imaginarnos viviendo con naturalidad eso que se avecina, un panorama cambiante y camaleónico, capaz de mimetizarse con el entorno con tal de sobrevivir.

Sin ir más lejos lo veremos en las Cortes Valencianas y en el Ayuntamiento, de cumplirse los pronósticos del CIS. Desde la izquierda ya se reprocha a Ciudadanos que todos demos por supuesto el acuerdo con el PP. Hay incluso quienes desautorizan a esta fuerza política por lo que ellos creen que pasará. Lo mismo ocurre desde la derecha que lleva meses alertando del Apocalipsis que se aproxima si la Comunidad cae en manos de lo que ellos creen retales de aquí y de allá: un poquito de PSPV, una chispa de Compromís, un toque de Podemos, o una cucharadita de EUPV. En ambos casos, se hace una proyección de los miedos propios y se condena al oponente en función de ellos. La izquierda teme la continuidad del PP y la derecha, la llegada de una izquierda fragmentada que recoge los despojos de lo anterior.

Posiblemente, todos quisiéramos encontrarnos frente a una clase política más dada al diálogo y al acuerdo que al enfrentamiento. Sin embargo, ese sentimiento trágico del que hablaba González no les permite relajarse y hablar. Han de tensarse y discutir, que no es lo mismo. Sería injusto, no obstante, condenar por eso a los políticos sin mirarnos en un espejo. ¿Acaso el acuerdo es lo que prima en una discusión sobre política en la España de hoy? El simpatizante de la derecha no se imagina a sí mismo dando por buenas algunas posiciones de la izquierda y a ésta le produce alergia solo pensar en aceptar al PP como compañero de viaje. “No se ajuntan”, dirían los niños. Ni los representantes ni los representados. Desconozco si lo llevamos en los genes como insinuaban algunos intelectuales hace más de un siglo o si nos lleva a ello nuestra historia, nuestra cultura o el poniente de estos días. El caso es que cuesta pensar en que las broncas que vemos en Montecitorio o en el Palacio Madama de Roma se resuelvan después con cambios, caídas y nombramientos incruentos. Aquí, por menos, se escuchan disparos en Príncipe Pío.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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