A Albert Rivera, esto de la regeneración se le está yendo de las manos. No lo digo porque no me incluya entre quienes pueden renovar la política de este país. Según su baremo, solo los nacidos en democracia pueden hacerlo y eso significa, quienes vinieron al mundo a partir del 77 o si me apuran y nos referimos a la Constitución, el 78. No es mi caso; yo recuerdo haber visto por casa los libritos color crema con el texto de la Constitución en vísperas del referéndum y aún llevaba calcetines cortos. Así, pues, quedo excluida del grupo de los elegidos. Lo curioso, sin embargo, no es que me afecte a mí sino a su propia candidata local, Carolina Punset, nacida apenas un par de años después de hacerlo una servidora.
La renovación parece haberse instalado en el discurso electoral de un modo un tanto talibán. No se trata de exigir juventud sino limpieza en la mirada y ausencia de apoltronamiento. Eso no viene con la edad, aunque a veces se vea favorecida por ella. Es cierto que entre quienes han vivido durante dos décadas de la política puede instalarse fácilmente una inercia que les haga ser inmovilistas y aprovechados pero también lo es que algunos jóvenes han visto en los últimos años que la política es un lugar donde vivir bien, trabajar poco y sobre todo asegurarse la recolocación en caso de “ERE” electoral. Del mismo modo, puede parecernos preocupante que una lista solo lleve a los de siempre, acostumbrados a vivir del partido y sobrevivir haciendo la pelota a quien corresponda en cada momento. Vagos y caraduras los hay de todas las edades, pelajes y condición. Sin embargo, me preocupa algo más que la edad en las palabras de Rivera. Asegura el líder de Ciudadanos que lo mejor es elegir a gente que tiene “una pequeña experiencia política y, sobre todo, no han estado gobernando”. Discrepo absolutamente. La frescura –dicho sea en el mejor sentido y no como vemos últimamente- es un valor indiscutible en política, pero una cosa es que la fruta sea fresca y otra, que esté verde. Muchos queremos caras nuevas con ánimos a pleno rendimiento, esto es, gente con ilusión y entusiasmo, alejados por completo del hastío y la inactividad de quienes llevan décadas en esto. Sin embargo, si me dan a elegir entre un maduro experimentado aunque un tanto “quemado” y un pipiolo con empuje pero sin norte, me quedo con el primero. La experiencia es esencial para el buen gobierno, por eso prefiero uno sólido que se rodee de un equipo joven con ilusión al que saber orientar en la buena dirección que un guía sin experiencia de gobierno que vaya descubriendo Mediterráneos a su paso. Son los “zapateros” o “bibianas aídos” de otro tiempo que no queremos que vuelvan. El gobierno, aunque sea de un pequeño ayuntamiento, da perspectiva y pone los pies en el suelo. Lo contrario puede funcionar pero nada asegura que así vaya a ser.