Reconozco que cuando llegan las elecciones, tengo mi momento Pretty woman. No lo digo porque me vista de poligonera y me insinúe en los semáforos a los que conducen un buen cochazo. A menudo las mujeres olvidamos esa parte de la película en la que ella es una profesional del sexo de baja gama, soez, maleducada y ordinaria. Al contrario, solemos tener una imagen dulcificada y profundamente ñoña de una película que solo cuenta cómo una prostituta vulgar se convierte, contra todo pronóstico, en una señora decente y elegante. Lo sé pero él está tan guapo e interesante que acepto incluso una Julia Roberts insufrible y una historia inverosímil. La cuestión es que una de las escenas más famosas de la cinta es ésa en la que Richard Gere le susurra a un dependiente que haga la pelota a su chica porque él va a dejarse mucho dinero en la tienda. Ésa es la imagen que llena mi memoria en cada cita electoral. Basta que se me acerque cualquier pocoyó con un folleto en la mano de cualesquiera partidos minoritarios e inauditos, para que evoque el momento Mr. Chequera y me den ganas de decirle: “hazme la pelota si quieres mi voto”. Y mucho, que al fin y al cabo mi voto vale un mundo.
Por lo general no llego a tanto. Únicamente, les dejo hablar. Ya es más que lo que consiento a los pelmas del teléfono comercial. A esos les contesto y luego les dejo hablando solos mientras me voy a mis tareas como si tal cosa hasta que se hartan y cuelgan. A veces temo oír voces en mi cabeza. Luego me doy cuenta de salen del auricular del teléfono en el que alguien intenta cambiarme de compañía de lo que sea, luz, gas, móvil, e incluso propone cambiarme a aquella ¡en la que ya estoy! En esos casos, no resisto la tentación de interactuar y preguntar cosas como si de verdad me interesara hasta que, harta de tonterías, termino con un “me encanta saber lo mucho que ofrecen a los nuevos pero yo ya llevo con ustedes siete años. Buenas tardes”.
Tratándose de la campaña electoral soy capaz de poner cara de sorpresa, como el otro día cuando se me acercaron los del partido que he votado en las últimas elecciones y les agradecí el folleto con un “ah, gracias, me alegro de conocerles”. Si les digo que ya les voto, no pierden el tiempo conmigo. Como en la película, me prometen maravillas y no me traen al candidato a la terraza en la que tomo el aperitivo por no hacerme esperar. Normalmente son unos yogurines encantadores e ilusionados y a punto he estado de sacarles unas quisquillas y unas navajitas a la salud de sus siglas. Brindaré por ellos, pase lo que pase. En días como ayer, con el solito suave y la brisa en la playa, tiene mucho mérito andar por ahí haciendo la pelota al elector. Hay que ver lo que hay que hacer para ganarse un despacho con jefe de prensa y asesores y un coche oficial con chófer. ¡No está pagada la campaña a pie de calle!