En apenas unas horas entraremos de lleno en una jornada que el tópico llama “la fiesta de la democracia”. Es mucho más que un tópico. Es una certeza, aunque estemos hartos de escuchar esa expresión. En cualquier caso, sabemos lo que nos ocupara durante horas hasta conocer un desenlace que pocas veces se ha presentado tan emocionante en el ámbito local como en esta ocasión.
Mañana, hasta las ocho de la tarde, comentaremos lo bien que ha transcurrido el día, con plena normalidad y apenas dos o tres anécdotas sin importancia. Presumiremos, pues, de que los españoles convocados a elegir representantes locales lo habremos hecho con libertad. De hecho, es un día para sacar a pasear el demócrata que todos tenemos dentro (o deberíamos). Sin embargo, 24 horas después –y, para algunos, desde ahora- no será difícil encontrar a presuntos demócratas que tienen un curioso sentido de lo que significa la palabra. Para esos, votar a las opciones situadas en sus antípodas es sencillamente la evidencia de una tara mental. En ello nos hemos instalado los valencianos desde que empezamos a conocer la existencia de corruptelas y casos sospechosos en la vida pública. Que a algunos electores les parezca mejor votar a quien ha ejercido el poder en la “edad oscura” les convierte, a juicio de esos supuestos demócratas, en poco menos que cómplices de los desmanes o, con suerte, en simples idiotas. Por extensión, si el domingo por la noche, la opción más votada en Valencia es el PP no faltará quien cuestione la capacidad mental de todos los valencianos. Y aún presumirá de demócrata…
Entiendo que para muchos sea inexplicable persistir en una dinámica conocida y con muchos claroscuros. Sin embargo, el votante es soberano incluso para equivocarse, en el supuesto de que esa elección sea un error. Ser demócrata supone asumir que nuestra opción puede no ser la más aceptada y no por eso resultar menos legítima. Es una lección que algunos se empeñan en suspender. Si Voltaire decía aquello de “no estoy en absoluto de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, ahora deberíamos aplicarlo al voto y decir: “no entiendo cómo puedes votar a X, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a elegir votarle o no hacerlo”. Lo grave en cualquier caso es que el elector vea reducida su libertad y eso ocurre cuando se siente coaccionado por tomar una opción socialmente mal vista. Es el origen del “voto oculto”, pues afirmar que uno sigue creyendo en unas siglas denostadas le acarrea el reproche social. La falta de libertad no viene solo de eso sino de votar desconociendo si X o Y son corruptos o creyendo que lo son cuando es incierto. Por eso es decisivo aclararlo y censurar toda campaña que busque condicionar engañosamente el voto. En un sentido o en otro. La “fiesta de la democracia” o es libre o no es tal.