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María José Pou

iPou 3.0

El yogui

Marcos Benavent ha visto la luz. No sé si la de Picassent o la luz eterna de las antiguas supernovas. El caso es que ha vuelto de su retiro para decirnos que en efecto vivió los tiempos del saqueo y hasta participó de él pero se ha convertido. Ya no es aquel que grababa a sus jefes mientras éstos veían el capítulo 34 de Barrio Sésamo, justo donde aprenden a contar. Tampoco el avaricioso que se volvió un adicto del dinero y no era capaz de dejarlo. Ese hombre ya no existe ni su fondo de armario tiene el glamur de otros tiempos. Ahora parece haber renunciado a los buenos trajes de sastre y a la gomina de su generación. En su lugar, se ha vuelto un descastado (literalmente) y en un hombre nuevo que predica la paz y el bien en derredor.

Es lo que tiene vivir desahogado. Que puedes dedicarte al yoga, las plantitas, los animalillos del Señor y la armonía universal. Con los saqueos que algunos han hecho presuntamente en esta Comunidad, bien podrían dedicarse a escuchar el movimiento de las esferas celestes durante décadas sin que se resintiera ni su bolsillo ni los ritmos etéreos de las galaxias lejanas. Por eso no me extraña que el adicto arrepentido busque ahora la redención predicando el amor al prójimo. No necesita nuestro perdón. Solo queremos su dinero. Todo lo demás suena a montaje mediático de lo más estratégico.

No es que dude de su afición por las prácticas tántricas ni de su sincero arrepentimiento pero me pregunto si no será todo un modo de hacerse perdonar lo imperdonable. Soy capaz de aceptar pulpo como animal de compañía y Benavent, como converso de la austeridad y la indignación ciudadana. Lo que no termino de entender es su camino hacia la conversión. O, para ser exactos, el trayecto Ecuador-Japón-India fallida y Amsterdam, para terminar volviendo a casa. Será que tengo prejuicios y que atribuyo ese taichí emocional que parece ofrecer a cada paso a su última parada más que a la anterior. Es decir, a los efluvios holandeses más que al encuentro con la espiritualidad de la India. Entre otras razones, porque al parecer no llegó. Cambiar la India por Holanda resulta raro. Y viajar a Ecuador y Japón para tropezarse con ella ya es irse lejos. Parece más bien una ruta de la seda interrumpida para terminar recalando en el barrio rojo y en pleno “viaje” tomar la determinación de convertirse en hijo pródigo que será acogido con los brazos abiertos y el mejor cabrito de la familia. Cabritos los hay. Ya lo creo que sí.

Quizás el problema es mío, que ya no creo en conversiones de ningún tipo. Me presentan ahora a San Pablo y acabo preguntándole cómo fue la caída para saber qué piedra le rompió la crisma y le produjo la amnesia. En cualquier caso, dejemos que el yogui nos ilumine y nos enseñe a perdonar a los pecadores. Justo después de mostrarnos quién, cómo y cuánto se llevaron de lo nuestro.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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