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María José Pou

iPou 3.0

Moderación

Al menos, Ximo Puig no es griego. Es posible que tenga todos los problemas del mundo sobre sus hombros, pero hoy Varoufakis probablemente se cambiaría por él. Puede ser un lunes tormentoso sobre la Acrópolis pero también es inquietante sobre el Palau de la Generalitat. A los condicionantes de la situación actual, se unen las dificultades añadidas de un gobierno complejo con socios no siempre bien avenidos.

Por eso, la tarea empieza ya. Ni cien días va a tener el nuevo presidente para disfrutar las mieles del cargo. Todo lo más fue ese ratito de ayer en el que estuvo acompañado por los ciudadanos que le jaleaban por la calle. Quizás sea eso lo que pueda hacerle pasar el trago. La calle parece quererle no sé si por él mismo o por lo que representa en la izquierda y en la historia reciente de la Comunidad Valenciana. Es un amor arriesgado, como sabemos, y que, bien conducido, puede tornarse en lo contrario. Por las mismas calles que ayer recorría un exultante Puig, pasó su calvario particular el ayer olvidado Camps. La calle tiene eso, del “Hosanna” al “crucifícalo” en una misma semana. Solo necesita un hábil estratega que logre convertir el paseo de un presidente elegido en las urnas, con mayoría absoluta, en un suplicio.

Por eso, conviene que tenga los pies en el suelo y no se confunda por muy goloso que resulte el panorama. Ayer Puig debería haber llevado detrás, como los generales victoriosos en la antigua Roma, una voz que le recordara que era humano. Para decirle, sin ir más lejos, que esa calle que ayer le aplaudía ha querido más a cualquiera de sus antecesores, de los casi no recuerda el nombre, que a él mismo. Puig ha llegado en el momento oportuno, algo que no tuvieron ni Alarte ni Pla, sin ir más lejos. Nunca sabremos si hubieran sido mejores presidentes que él pero la realidad es que, sea cual sea su mérito, él ha llegado a Molt Honorable con las peores cifras del PSPV en las urnas. No es extraño, pues, que le acompañaran Zapatero o Pedro Sánchez. El primero no imaginó haber visto esto y el segundo no pensó que podría recuperar, tal vez, el granero electoral valenciano.

En cualquier caso, necesita tener muy presente que le han aupado y ya se encargarán algunos de recordárselo insistentemente. Esperemos que la presión no sea tanta que le haga desistir de un rasgo necesario y digno de aplauso incluso por esos que él mencionó en su discurso, los que no le han votado. Me refiero a la moderación. Va a tener que hacer de árbitro, pero además lo urgente es rebajar el tono que requiere la política valenciana, instalada en el reproche faltón en los últimos años. No es nada fácil, sobre todo para sus compañeros de viaje en relación al pasado. En su caso, el propio rol institucional y el acuerdo que le ha llevado hasta ese ansiado sillón pueden ayudarle a lograr ser Ximo, el moderado moderador.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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