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María José Pou

iPou 3.0

La chaqueta de punto

Del Vogue a la chaqueta de punto. El verdadero bandazo de estos meses no ha sido ni el político ni el ideológico sino el estilístico. De los trajes impecables de Ricardo Costa hemos pasado a la camiseta de Varoufakis, y del reportaje en el Vogue, a la chaqueta de punto de Ada Colau. No sé si es el Podemos style o el look perroflauta, el caso es que deja en nada la opción de la camiseta que escogió David Fernández, del CUP, en el “solemne” acto de convocatoria del referéndum catalán. Ya sé que no deberíamos quejarnos de ese “boom” del perroflautismo en una generación que creció viendo a la ácrata Pippi Calzaslargas, pero la chaquetita de punto de la alcaldesa de Barcelona es el símbolo de toda una época. Mucho más que la bicicleta de Joan Ribó.

La chaqueta de punto no es solo un ejemplo de austeridad frente a un armario repleto de grandes firmas de moda. Cosas de la casta, supongo. Es también -como la permanente de Manuela Carmona- la presencia de lo cotidiano en la política. Ojalá sea algo más que una percepción pasajera. Significaría que el político defiende ser uno más, un ciudadano como el resto, un primus inter pares, y más cercano al mileurista que al VIP. Hasta ahora estamos acostumbrados a que el ciudadano normal aspire a la vida regalada del político all inclusive: coche oficial, gastos pagados y buenos restaurantes de nuevo rico y feliz apoltronado. En cambio, este nuevo look habla del proceso contrario, esto es, el dirigente que aspira a ser un ciudadano normal. La dirección se invierte. Ya no es el ciudadano que intenta “subir” sino el político que procura “bajar”. De los pedestales, se entiende.

Lo mismo puede decirse, probablemente, de la tan cacareada entrevista personal a Mónica Oltra en la que habla ¡hasta de sexo!, se escandalizaban algunos ayer. Entre comentar las cremas que usa para cuidar su piel o posar con ropa de marca en una revista de las llamadas “femeninas” y hablar de montárselo en un campo de naranjas, o de que le pone un hombre con sentido del humor, en una masculina, casi prefiero lo segundo. Lo primero habla de frivolidad y de una imagen estereotipada de la mujer como si una presidenta, vicepresidenta o alcaldesa tuvieran que ir siempre vestidas para el baile de debutantes. En cambio, lo segundo da una imagen de mujer real, que a veces prefiere ponerse una chaqueta vaquera, de lana o de perlé simplemente porque es más cómoda y va más con su forma de ser que el estilismo de la “Barbie política”. Algo similar deberíamos apuntar cuando se trata de una entrevista que da a conocer al personaje. No porque la experiencia sexual sea relevante en un político, que no lo es, sino porque una de las razones del éxito de este gobierno es su naturalidad. Para soñar con gente elegante y de postín ya están la Presley y el Nobel. Nada que ver con el erotismo de un campo de naranjas.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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