Me guardo el argumento. Algo me dice que volveremos sobre él a menudo. Me refiero a las razones que dieron en Torrent los concejales de Compromís que no se levantaron cuando sonaba el Himno Regional. No es la primera vez que un demagogo utiliza ese gesto para confundir el continente y el contenido, pero es cierto que duele más porque se trata de nuestro himno y no de la bandera estadounidense. Quiso entonces Zapatero hacer un feo a Bush y terminó por hacerlo a los norteamericanos. Del mismo modo, los concejales sedentes han querido ahora manifestar su disgusto hacia España menospreciando el himno que la menciona y han olvidado que representa a todos los valencianos. Porque ése es el quid de la cuestión cuando se trata de himnos o banderas: no es el trapito ni la cançoneta de turno -y conociendo la Marsellesa, yo diría que ni la letra- sino su capacidad para representar al conjunto de ciudadanos que se sienten parte de un proyecto común.
Los concejales sedentes apelan a la individualidad, pero lo grande de los símbolos consensuados es que nos reúnen en torno a un objetivo que -no me negarán ni los interesados- compartimos todos: hacer de la nuestra la “millor terreta del món”. En una palabra, poner lo colectivo por encima de las diferencias individuales. Y eso es lo que debería ser la política, aunque suela olvidarse. Nadie niega que no puedan tener como individuos su propia forma de ver las cosas; que les moleste ofrendar glorias a España, que prefieran ofrendarlas a Eurasia o al Bundesbank, o simplemente que relacionen esa tendencia con el servilismo. Todo ello es respetable, pero no me imagino a Tsipras quedándose sentado mientras sonara el Himno a la Alegría en Bruselas solo porque lo compuso un alemán. De haberlo hecho no solo hubiera ofendido a sus rescatadores sino a cualquier melómano de los cinco continentes.
El problema es la condición de representantes. Y no me refiero a que representen a sus votantes que, probablemente, compartan su visión sobre el himno, sino a todos los ciudadanos. Ese es el cambio que acarrea un cargo público. Ya no representan a quienes les siguen, les jalean o les dan ánimos sino a todos, incluidos los que no les votarían nunca, los que no comparten su cosmovisión o los que están en las antípodas de su ideología. Es desde esa posición desde la que se espera un respeto institucional hacia las señas de identidad. Los actos públicos no son mítines y en ellos no están los candidatos de unas siglas sino los representantes de todo el pueblo. Aquí no cabe la individualidad porque no están en el acto a título personal sino institucional. Eso no quita para que puedan plantear, en las instituciones a las que pertenecen, un cambio de himno o de bandera e incluso que se logre cambiar. Eso sí, como ocurrió con los actuales, con consenso, no con postureos de adolescente.