La Menegilda es una criada respondona que canta en la zarzuela “La Gran Vía”, de Chueca y Valverde, aquel famoso tango que comienza con un “pobre chica, la que tiene que servir”. Leyendo la letra me pregunto si ahora pasaría la censura de la Ley Mordaza por cuanto la chulapona hace una clara apología de un delito como “sisar”. Para muchos, sisar no es robar, aunque se le parece. Es la afición por lo ajeno en modo Robin Hood autogestionado. Es decir, quitárselo a los ricos, siendo pobre, para subsistir y darse alguna alegría, pero no con intención de repartirlo. Una desvergüenza clásica en personal de servicio, en los tesoreros de algunos partidos y en más de un administrador traidorzuelo, que, sin embargo, es bien vista cuando se trata de humildes trabajadores martirizados por el tirano contratador. Imagino que Carmena y Ada Colau deben de encabezar el club de fans de la Menegilda y cantar a menudo la lección de “cómo perderse” que da la mezzosoprano en su pieza.
En ella la protagonista explica que se ve abocada a la sisa porque así se lo indica su conciencia dados los malos resultados del trabajo honesto y esforzado. Su degeneración moral comienza con un “aprende a sisar” que siente nacer en su interior. Y es justo lo que resonó en mi cabeza ayer cuando vi los euros que cada valenciano aporta al Estado y no ve de vuelta. Según las balanzas fiscales del ministerio de Hacienda, Valencia es la tercera comunidad que sufre esa situación, tras Madrid y Cataluña. Las tres son las que más aportan al Estado sin recibir de él recursos equivalentes, de modo que si el discurso de Artur Mas mantiene su “España nos roba”, los valencianos no podremos decir menos que un “España nos sisa”. Evidentemente no sucede ni una cosa ni otra pues los recursos de las comunidades más ricas –que suelen ser las que más padecen déficit fiscal- se destinan a aquellas con dificultades en un razonable ejercicio de redistribución solidaria de la riqueza. Ahora bien, ese planteamiento es válido cuando una comunidad efectivamente es rica, pero no cuando tiene serios problemas para atender la Sanidad, la Educación o los Servicios Sociales. De otro modo, el sistema en lugar de redistribuir riqueza, está redistribuyendo la pobreza.
Valencia es solidaria como la que más y difícilmente puede ponerse en cuestión su disposición a ayudar. Aquí nunca hemos gritado que España se lleva, se queda o nos torea. Solo que el modelo no responde a la realidad. Lo que no es admisible es que, ahora que estamos mal, no veamos un cambio de actitud entre quienes mejor conocen qué sucede en las arcas valencianas. La lealtad institucional, como le ocurría a la Menegilda, no parece habernos traído nada bueno y sí la rebeldía, a otros. El riesgo es que, cansados de sufrir, escuchemos una voz interior que nos anime: “Aprende a sisar, aprende a sisar”.