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María José Pou

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Los nuevos iconoclastas

En el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, anejo al que ha centrado la polémica política de las últimas horas, hay una estatua del rey Jaume I. Y junto a estas estancias, hay un salón dedicado a Carlos III cuya entrada en la ciudad aparece representada en los frescos que decoran el lugar. Esas, junto al gran retrato de la Reina María Cristina y el aún niño Alfonso XIII que preside el salón de plenos, reflejan la importancia que la ciudad ha dado a sus reyes a lo largo de la historia. Más allá de las referencias medievales de la Corona de Aragón, la decisión de ubicar en la Casa de la Ciudad un retrato de algunos reyes tiene que ver con visitas muy especiales que estos hicieron en su momento. En el caso de Carlos III, porque escogió entrar en su nuevo reino a través de Barcelona, y en el de Maria Cristina y su hijo, porque acudieron a la ciudad con motivo de la Exposición Universal de 1888.

Ambos acontecimientos no son hitos de la Monarquía ajena a la vida de la ciudad. Al contrario, en ambos casos, los reyes quisieron destacarla por encima de otras, así se justifica su presencia en el Ayuntamiento y por eso, seguramente, los prohombres barceloneses encargaron sus retratos, porque son quienes tuvieron una deferencia especial hacia su localidad.

Quitar sus retratos, como ha hecho Ada Colau con el peregrino argumento de que Juan Carlos I es emérito, puede ser una opción sensata si con la mirada de hoy se contemplan aquellos hechos como irrelevantes, humillantes o ridículos, pero no parece que ninguno de ellos lo sea. Ni elegir Barcelona frente a otros puertos mediterráneos como Valencia, ni dar relevancia a la Exposición Universal con su presencia. Todo lo contrario. Lo mismo sucede con el rey Juan Carlos I, que acudió a Barcelona apenas tres meses después de subir al trono. Valencia tuvo que esperar un poco más para recibirlo.

Poco importa que la Monarquía se haya preocupado por mimar a Cataluña, a veces en exceso en comparación con otras zonas, y mucho menos que no haya motivos objetivos para reconocer que el más perjudicado por la dictadura fuera un Borbón, el Conde de Barcelona, heredero a un Trono que nunca pudo ocupar. Poco importa el servicio prestado por el rey Juan Carlos. Para algunos, Cataluña está más en deuda con cualquiera que se haya puesto una estelada de capa y haya gritado “indepèndencia” que con quienes, desde la Meseta o desde Estoril, empujaron para que ser catalán dejara de ser un estigma o un demérito. Son precisamente los talibanes iconoclastas (y un poco “icono-plastas”) quienes lo están cultivando de nuevo. Es verdad que el presente alberga anhelos diferentes al pasado pero eso no justifica que los nuevos virreyes desprecien el sentir de sus ancestros y borren la historia que los cuestiona. Sobre todo que lo hagan simplemente porque crean que Cataluña nace con ellos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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