Europa está muy nerviosa. Y no me refiero a la histeria de algunos con la llegada de refugiados sino a lo sensibles que estamos hacia cualquier gesto que revele la presencia de un potencial terrorista. Ayer mismo, en Bruselas, la policía detuvo a unos actores que no tuvieron mejor ocurrencia que poner una bandera similar a la del Estado Islámico en el Manneken Pis, la famosa estatua del niño que hace pipí. Ellos alegaron que solo se trataba de una expresión artística. En efecto, los vídeos de la policía indicaban que no se había realizado amenaza alguna. Puede que aquello fuera efectivamente una muestra de arte, pero consiguió poner de los nervios a las fuerzas del orden. Y a más de un ciudadano. También en Francia, tras el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo, empezaron a tomar medidas que rayan en el esperpento, como interrogar a niños por redacciones escolares en donde reconocían estar de acuerdo con los autores del crimen o decían que las víctimas se lo habían buscado. Aducían los policías que los chiquillos habrían escrito eso por haberlo oído en casa y por tanto podía ser una pista para localizar a posibles terroristas. No digo que no pero destripar un ejercicio infantil o citar a declarar a un profesor por debatir en clase sobre la libertad de expresión es empezar a perder el Norte. Y, sobre todo, es dedicar demasiados recursos públicos a vigilar acciones poco significativas. Si tuviéramos tiempo y dinero infinitos podríamos incluso revisar todas las conversaciones en las guarderías por si un “gugutata” revela una tímida semilla de terrorista. A mí, sin ir más lejos, me detendrían cada vez que le digo a Whisky: “¡ataca y mata!”, aunque me esté refiriendo a una mosca que sobrevuela insistente en la cocina. Pero no, los recursos son escasos y hay que darles el mejor uso posible.