La imagen de estos días que más me hipnotiza es la de grupos de refugiados sirios portando una foto de Ángela Merkel y hablando de ella como si de una madre se tratara. Ni a los ciudadanos de esta Europa nuestra, ni tan siquiera a los propios alemanes les resultará cercana esa forma de ver a la cancillera de hierro. Es, posiblemente, la última condición con la que relacionaríamos a la presidenta de facto de la UE. Podemos hacerlo fácilmente incluso con la de un ama de casa, disciplinada y cuidadosa, que no gasta lo que no tiene, que exige a los demás que le paguen las deudas y que sabe administrarse para llegar a fin de mes y hasta guarda un poco para los malos tiempos. Pero de ahí a verla como una madre hay un abismo.
Sin embargo, para ellos, representa la esperanza de un futuro mejor. No sé si será por ser mujer, porque tiene el poder o simplemente porque en sus pesadillas necesitaban poner cara a Europa. Es lo que tienen los mitos, que necesitamos recrearlos en forma humana para darles consistencia. Merkel se ha convertido, para los sirios, en la evocación clásica, y pretenden, como el Zeus enamorado de Tiziano, llevársela a Creta y hacerla suya. Creen que ella les dará riqueza, paz, estabilidad y vida; todo lo que está arrebatándoles el yihadismo de Isis. Alemania es su Arcadia feliz, aunque dentro de unos pocos años se den cuenta de que la vida es complicada en este continente. A pesar de todo, habrá merecido la pena el peregrinaje. Lo decía ayer una alemana entrevistada en televisión: “vivimos tan bien aquí que tenía que venir a darles algo de lo mío”. No puede resumirse mejor. Podemos quejarnos, sentir el latigazo de los recortes y de las dificultades y hasta soñar que hay otros lugares mejores pero en conjunto y en relación a los sirios, solo podemos decir que vivimos muy bien. Su realidad nos devuelve una imagen tremenda de nuestro bienestar por mucho que notemos cómo se ha achicado en estos años.
Su presencia entre nosotros, además, nos ayuda a comprender un fenómeno que nos quedaba muy lejos hasta ahora. El de los refugiados. De pronto, los hemos descubierto, a pesar de llevar décadas oyendo hablar de ellos en el Sáhara, en África o en Próximo Oriente. Los refugiados son esa especie que hasta ahora solo conocíamos de oídas; que salían de su país para vivir en campamentos sin condiciones pero siempre lejos. Ahora ya sabemos cómo son, cómo sienten y lo duras que son sus condiciones de vida. Por eso es tan positivo que se instalen entre nosotros. Solo poniéndoles cara, nombres e historias podemos hacernos una idea de la brutalidad de la guerra, las persecuciones y los conflictos que suenan lejanos. En el espacio y en la piel. Como si no fueran humanas sus víctimas. Del mismo modo que ellos ponen cara a su esperanza con la foto de Merkel, nosotros hacemos lo propio con sus ejemplos.