De la policía se aprende. De hecho, una de sus tareas es formar a los jóvenes sobre violencia de género, consumo de drogas o alcohol o seguridad vial. Así lo hacen cuando van por los colegios e institutos llamando a las cosas por su nombre. Ni edulcorar la realidad ni disculpar conductas que no tienen disculpa. Además, resulta educativo para los chavales situar en su sitio a las fuerzas del orden. Saber cuál es su papel, de qué nos defienden, por qué son necesarias y cuánto se juegan en cada acción. En definitiva, entender que la policía no es el enemigo.
Por eso me resulta especialmente inquietante ver a todo un conseller contraponiendo “policía” y “educación”. Entiendo que el sentido de sus palabras (“antes enviaban a la Policía, ahora construimos educación entre todos”) no censuraban tanto la acción policial como las órdenes políticas de “reprimir” la protesta del Luis Vives durante la llamada “primavera valenciana”. Sin embargo, es engañoso ofrecer esa dicotomía a los jóvenes. Es impropio, demagógico, injusto y peligroso.
La policía no se opone a la educación. Al contrario, si ésta fuera más sólida, no sería necesaria aquella. O, al menos, no tanto. Por ejemplo, si hubiera civismo, las actuaciones de la policía local contra el botellón que impide el descanso de los vecinos, contra quienes conducen bajo los efectos del alcohol poniendo en peligro su vida y la de los demás o contra quienes circulan con su bicicleta por la acera sorteando ancianitos y carritos de bebé a toda velocidad no serían necesarias. Muchas veces, la necesidad de policía manifiesta un fracaso en la educación. Cuando unos chavales ponen un masclet dentro de una papelera y la queman evidencian una falta educativa importante no solo sobre seguridad sino sobre el respeto a los bienes públicos. Es una lección básica que, sobre todo, deben aprender en casa. La policía llega donde no ha llegado antes la educación. Ese es el mensaje que una espera del máximo responsable del ramo. Todo lo demás es simplificar una realidad compleja, justo lo contrario a lo que debe hacerse en la escuela. Educar significa luchar contra los estereotipos, los prejuicios, los reduccionismos interesados y la demagogia. Significa dar claves para entender que la vida y el ser humano están llenos de matices y de aristas. No son planos ni pueden resumirse fácilmente en una frase.
Pudo haber excesos en aquella actuación, sin duda, pero lo educativo es ayudar a los chavales a analizar sin dobleces lo sucedido. Educar no es manipular, es ayudar a asumir responsabilidades, también las de quienes utilizaron a los adolescentes para sus propias reivindicaciones. No hay nada más formativo que saber hacer autocrítica. No estamos en el año I de la educación libre y de calidad. Darlo a entender es una falta de respeto a quienes llevan décadas dejándose la piel en ello.