A partir de ahora ya no asociaremos el nombre de “Osama” al pérfido asesino que hizo cabalgar a los cuatro jinetes del Apocalipsis por todo el mundo. Desde esta semana, ya tenemos otro distinto. El “Osama” bueno. Al menos, presentado como héroe en toda España. Osama es el nombre del refugiado sirio que protagonizó una de las escenas más bochornosas del periodismo europeo contemporáneo, aquella en la que una cámara de la televisión húngara puso la zancadilla a un hombre que corría, con su hijo en brazos, buscando la paz y la libertad lejos de la guerra de Siria. El hombre se ha instalado con su familia en Madrid y, con su pobre inglés, solo sabe repetir una y mil veces “gracias, muchas gracias, gracias de verdad”. Mientras, su imagen y su historia ofrecida como la de un héroe del siglo XXI se ha convertido en el resumen de la nueva épica. Los refugiados de Siria o Eritrea constituyen el símbolo de la distancia entre los gobiernos europeos y sus ciudadanos. Pocos hechos y pocas imágenes la resumen mejor. No es la Puerta del Sol solamente. Los refugiados han sacado la verdadera respuesta de los indignados. Es la indignación operativa, no solo retórica.
Ya se vio con la respuesta social a la precaria situación de los que llegaban exhaustos después de cruzar medio continente para vivir en paz. Mientras los dirigentes públicos se dedicaban a negociar, posponer decisiones, resistir al empuje de los datos y negar la evidencia, los ciudadanos de Alemania o Austria acudían con mantas, comida y aplausos. Ese fue el primer signo de algo que se habían negado a ver la troika, los representantes de la UE y todos los que se creían el ombligo del mundo: hay vida más allá de un continente autocomplaciente que no es capaz de ponerse de acuerdo para ayudar al resto del mundo. La razón es clara: tan preocupada por su propio bienestar que ve escaparse por su propia codicia, no tiene la suficiente sensibilidad para darse cuenta de que en sus fronteras aún se vive muy bien y es incapaz de compartirlo con quien sufre situaciones mucho más precarias. Y las sufre, entre otras razones, por la inacción, la inoperancia y la ineptitud de una Unión Europea totalmente desunida salvo para lo que afecte a su bolsillo.
Los ciudadanos han convertido a los refugiados en el resumen de su rechazo a la poderosa troika pendiente de su supervivencia y de la supervivencia de un status quo que ya no se sostiene. O somos una aldea global de verdad y en todas direcciones o no somos más que una aldea gala recalcitrante, empeñada en mantener su modo de vida sin entrar en contacto con el mundo de ahí fuera.
Por eso nos ilusiona tener a Osama entre nosotros. Y a todos los Osamas que vengan. Él nos reafirma en nuestra condición de indignados. Lo somos por ellos, parece que decimos. Y quizás sea así. Aunque no lo suscribiría con rotundidad.