Un niño de dos años herido conmueve a cualquiera. Los niños, en general, son capaces de removernos el interior como no lo puede hacer nadie porque los vemos frágiles, dependientes, necesitados y vulnerables. Así reaccionamos este verano en Europa ante la horrible visión de un niño muerto en una playa. Lo que hasta entonces no eran sino imágenes inquietantes pero rutinarias de refugiados desesperados, se convirtió en un resumen del horror. Y Europa reaccionó. Como no lo hubiera hecho de otro modo. Por eso los niños deberían ser la prioridad en cualquier conflicto, problema o desastre. Un niño de dos años es lo más delicado del mundo y, para cualquier ser humano, debe gozar del más alto rango de protección. El problema se produce cuando ese niño de dos años, que camina con su madre por la calle, es israelí. Y le ataca un palestino. Y lo hace porque su padre es soldado. Y acaba muerto el padre, de 21 años, y heridos madre e hijo. En ese momento, hay quien prefiere culpar a Israel, a su ejército y a esa familia que solo pretendía acercarse al Muro de las Lamentaciones para rezar como todos los sábados. Ese niño, para algunos defensores de causas solidarias en todo el mundo, tiene un pecado original y, como aquel, poco importa que no haya sido cometido por él y que ni siquiera sea consciente de ello. Lleva la marca de nacimiento por culpa de quienes pecaron por primera vez.
Si ese niño es palestino, a los mismos que ni levantan la mano para pedir explicaciones –no digamos la voz para elevar una queja- les falta tiempo para lanzar acusaciones, exigir dimisiones o proponer campañas contra los judíos. Este verano, sin ir más lejos, lo vimos en el Rototom. Hay víctimas y verdugos, incluso entre las víctimas. Unos mueren por culpa del otro y otros, por ellos mismos. Los que, en apenas unas horas, han atacado a israelíes inocentes en Jerusalén son victimas tanto si disparan como si les disparan. O el sistema, en el primer caso, o la evidente crueldad del sistema, en el segundo.
El terrorista capaz de matar a un padre de familia y herir a su hijo de dos años en un día festivo no es un guerrillero libertador. Ni el suyo es un acto de guerra. Es un ejercicio de cobardía, de crueldad y de ofensa a todos los dioses, incluido el suyo. El principal problema de Palestina es el terrorismo incubado allí.
Y Hamás, que bendice al autor y se congratula en público, es una organización de asesinos. Por mucho que esté sufriendo el pueblo palestino. Que sin duda lo está. Precisamente por culpa de quienes cometen estos actos, aunque los amantes de lo políticamente correcto se nieguen a aceptar que culpabilizan a los niños israelíes por haber nacido allí. Son niños pero antes son israelíes. Con los terroristas palestinos hacen lo contrario. Son terroristas pero para ellos antes que eso son palestinos. Y eso les exime de culpa.