Es una lástima que la fiesta del Nou d’Octubre vaya a tener este año dos banderas. Ya sé que es la misma: la valenciana, nuestra Senyera. Pero la negativa a que la Real Senyera entre en la catedral para el Te Deum ha propiciado que sea otra la que la sustituya, la de Lo Rat Penat. Esa duplicidad simboliza un riesgo, el peor que podríamos tener en el futuro: el peligro de la división.
Es cierto que ningún valenciano afín a Lo Rat Penat negaría el valor y la estima a la Real Senyera, por mucho que la suya sea especial y se relacione con la defensa de lo valenciano. Pero sí podría suceder al contrario. Y algo peor. La tentación de convertir Valencia en tierra de banderías no deja de estar presente. Lo hemos visto cuando algunos han querido ocultar la bandera de España; otros tienen problemas para aceptar la franja azul a estas alturas y otros más solo se sienten representados por la que lleva franja morada o por la estelada. La bandera no es el problema. De banderas hay miles, son cambiantes y son adaptables. Sin embargo, es su significado y su capacidad de aglutinar a personas diversas lo que las hace dignas de protección.
En las últimas horas son miles los que han pasado por el Salón de Cristal del Ayuntamiento de Valencia para verla, rendirle honores y sentirse representados en esos colores que llevamos dentro. Entre ellos los hay verdes, azules y “coloráos”. Los hay que votan a unos, a otros o a ninguno de todos. Hay quienes gustan de la paella y quienes, en cambio, prefieren la fideuà. Quienes disfrutan madrugando y caminando por la Calderona y quienes prefieren trasnochar tomando copas en Russafa. Unos son del Valencia hasta la muerte; otros, del Madrid y algunos, de las chicas de balonmano. Pero todos ellos sienten una emoción especial cuando ven una Senyera ondeando al viento. Esa comunidad en torno a nuestras señas de identidad es un valor que deberíamos cuidar como oro en paño. No se trata de imponer a nadie un símbolo. Al contrario. Se trata de evitar que una minoría nos imponga aquel que no compartimos ni nos representa ni tiene relación con la historia de nuestra tierra. La división y las banderías pueden ser muy atractivas para mostrar la discrepancia, el rechazo a lo establecido e incluso para ganar protagonismo determinadas opciones de escaso seguimiento. Sin embargo, el coste social del enfrentamiento es enorme pues crea unas fisuras que tardan décadas o siglos en cicatrizar. Valencia solo tiene una bandera y su sustitución o modificación si fuera necesaria debe nacer de un proceso natural y voluntario, nunca impuesto y artificial. Crear enfrentamientos alrededor de ella es un acto de irresponsabilidad venga de donde venga. Es una lección que deberíamos haber aprendido ya. La Senyera nos une, no nos separa. De lo contrario, el 9 d’Octubre dejará de ser festivo. Y volveremos atrás.